Lo que queda del día

Pornografía del horror y política ficción

Habrá quien justifique la emisión de cualquier imagen, por cruda que sea, frente a una sociedad habituada a tamizar cualquier signo de violencia, pero por ello mismo cabe hablar de una pornografía del horror

Según el diccionario de la Lengua Española, Pornografía  es el “género artístico que muestra con detalle escenas de carácter sexual para excitación de quien las contempla”. No alude a otras acepciones; y sin embargo, el uso del término se extiende cada vez con más frecuencia a otras circunstancias ajenas al carácter sexual para subrayar la malsana “excitación” que se puede provocar entre quienes contemplan un texto o unas imágenes de trasfondo grotesco o perverso.

El pasado domingo por la noche, un canal de televisión emitió la película Tan fuerte, tan cerca, que aborda el trauma de un niño que pierde a su padre en el ataque a las torres gemelas del 11-S. La primera secuencia, rodada a cámara lenta y con un pretencioso lirismo, muestra a un hombre en traje de chaqueta cayendo al vacío -es obvio imaginar desde donde se ha lanzado-. El crítico Javier Ocaña definió el filme como “una apoteosis del sentimentalismo y de la abyección que convierte la obra en pornografía del dolor”.

Lo tengo presente apenas un par de días después en el comienzo de un informativo que abre con dos noticias de notable interés informativo, pero espeluznantes por el premeditado uso de las imágenes que las ilustran, sin advertir siquiera al espectador de la crudeza de las mismas.

La primera de ellas está relacionada con la oleada de disturbios y enfrentamientos que se han venido sucediendo en la ciudad norteamericana de Ferguson durante las últimas dos semanas a partir de la muerte del joven negro Michael Brown, acribillado a balazos por un agente de policía bajo circunstancias no del todo aclaradas. Hay una nueva víctima tras el atraco a un supermercado y un vídeo pone en evidencia la versión oficial, ya que las imágenes muestran al joven en su huída por la calle y cercado por un vehículo de la policía del que salen dos agentes armados ordenándole que se entregue y disparándole de inmediato hasta en once ocasiones.

Si usted estaba en casa a esa hora pudo ver, mientras masticaba un filete, sorbía espaguetis o tomaba un postre helado, como el chico caía desplomado al suelo: la muerte en directo, o en diferido, para el caso es lo mismo, sin efectos especiales, sin justicia poética. ¿Pornografía del horror?

La segunda de las noticias incidía de nuevo en la decapitación del periodista James Wright Foley por el grupo terrorista Estado Islámico, que había divulgado por Youtube las imágenes de la ejecución. La correspondiente censura televisiva nos privó de la sangre, de la despreciable monstruosidad de la que sigue haciendo uso la raza humana, de esa perversa adicción al terror como emblema dominante.

Gracias, pero me siguen pareciendo igualmente crueles las imágenes previas a la muerte de Foley, las que ha emitido todo el mundo, aquéllas en las que aparece de rodillas, en mitad del desierto, con el mono naranja de reo a la muerte, el pelo rapado y dirigiéndose desesperado a su familia y a Barack Obama, mientras le escolta uno de los terroristas con un cuchillo visible en una de sus manos. La prueba de vida y la prueba de muerte juntas en un mismo plano. Y estremecen las últimas palabras que pronuncia en vida el periodista, pero lo que atraviesa nuestros sentidos es ese cuchillo, el arma que sabemos que en unos segundos será utilizada para degollarlo, sin necesidad de que nos muestren lo que cuesta poco imaginar. ¿Pornografía del horror?

Habrá quien sostenga la necesidad de mostrar todas esas imágenes, quien justifique no ya su interés informativo y testimonial, sino su propia crudeza frente a una sociedad habituada a tamizar cualquier signo de violencia, como signo de un cambio de tendencia.

Todo es aceptable y, por ello mismo, aludir a la pornografía del horror; tanto como admitir nuestro afán por otro fenómeno reciente, el de la política ficción: qué gran argumento podría encontrar Beau Willimon para su nueva temporada de House of cards en la polemizada nueva ley electoral que pretende hacer entrar en vigor el Ejecutivo antes de las elecciones municipales. Bastaría la presencia de Francis Underwood para entender que no se trata de las aspiraciones de PP o de PSOE, sino de proteger los intereses particulares de quienes quieren salvaguardar su puesto o sus privilegios, eso que hemos dado en llamar la “maquinaria de los partidos”.

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