Lo que queda del día

¿Normalidad o levedad?

Inquieta la percepción de la que somos testigos desde el exterior de todo cuando trasciende del PSOE jerezano. Donde hablan de normalidad, debieron hacerlo de levedad, pero como un lamento, no como una excusa

El pasado martes recibí una llamada ocasional de un conocido militante del PSOE, pero aproveché para hacerle la pregunta de rigor: “¿Te has enterado ya de la nueva renuncia en vuestro grupo municipal?”. Su respuesta llegó en forma de interrogante: “¿Por fin ha dimitido Granadino?”. “¡Cómo que Granadino! -le corregí-. Ha sido Margarida Ledo”. “Pues Granadino es el que ya tenía que haber dimitido”, sentenció.

Creo que la anécdota refleja a la perfección por dónde transitan en este momento las sensaciones en torno a un partido herido, y no precisamente en su orgullo; incluso, me parece una reacción más auténtica que cualquiera de las valoraciones oficiales que se han realizado al respecto estos días. Puede, de hecho, que la renuncia de esta semana sea la única, de las cinco registradas hasta ahora, plenamente justificada a título personal, pero no por ello cabe hablar de “normalidad”, por mucho que dejar el puesto de concejal en el grupo municipal del PSOE se haya convertido en una curiosa costumbre en el transcurso de los últimos once meses: cosas que pasan.

El pasado mes de septiembre escribía: “El partido aún arrastra la tristeza de aquella noche fatídica en la que asumieron que no les habían votado ni los suyos, aunque no es ése el problema, sino la falta de convencimiento para generar ilusión”. Si ya costaba entonces, cinco meses después la situación no ha hecho sino agravarse, como pone de manifiesto la temporal estampa de sus tres únicos concejales en el salón de plenos de este viernes, amén de las dimisiones registradas en la ejecutiva, la apertura de expediente disciplinario a dos veteranos militantes, la sensación de tocata y fuga que dejó la marcha de sus tres primeros concejales y las frustradas aspiraciones de quienes llaman a la puerta de la dirección local bajo el convencimiento de que pueden contribuir a mejorar la labor del partido y carecen aún de respuesta.

“Las cosas van a cambiar”, me apunta un miembro de la ejecutiva. Lo hace bajo el reconocimiento de los errores cometidos hasta ahora, pero también apremiado por la irrenunciable apertura de esa puerta, ante la que no cabe ya contraseña familiar, ni esa etiquetada sensibilidad que parece empeñada en disociar entre buenos y malos, como si entre los afiliados hubiera infiltrados del PP.

“Hay un sentir mayoritario”, recalca, en alusión al renovado grupo municipal, sobre la necesidad de contar con militantes de sobrada experiencia y a los que se ha ninguneado por el hecho de no mostrarse próximos a la ejecutiva, o porque eligieron otro rumbo, otras afinidades, cuando todo estaba ya perdido.

El objetivo, pues, pasa más por sumar que por unir; o lo que es lo mismo, hace falta más voluntad que sumisión: lo primero lo piden las bases, lo segundo lo pide el partido, y parece haber llegado la hora de que se tenga en cuenta a la militancia -no sólo a la hora de elegir ejecutiva-, antes que contagiarnos del absorto que provocan las cándidas e inofensivas lecturas que hacen de la situación desde Cádiz o desde la sede de la calle Sevilla, donde han colocado un forillo de inspiración setentera -paneles rojos con las siglas de la agrupación en relieve--, como reminiscencia entrañable de un tiempo con el que, por otro lado, debe resultar más fácil identificarse que con el actual.

No es que sea una situación que me quite el sueño, ni mucho menos, pero inquieta la percepción de la que somos testigos desde el exterior, de todo cuanto trasciende del PSOE jerezano, en atención a los condicionantes históricos y políticos que asociamos a unas siglas sin las que cuesta entender nuestra aún joven trayectoria democrática y, sobre todo, su peso en la vida municipal. Una sensación que se agrava cuando se compara con la solidez del actual equipo de Gobierno, donde resulta difícil hallar fisuras y donde cada puesta en escena es la constatación de un grupo unido, internamente solidario, jerárquicamente incuestionable y consciente de una ventajista mayoría que gestionan con mucho más rigor que sus predecesores, hasta el punto de consumar esa “normalidad” que otros confunden en utilizar cuando en realidad tal vez debieron haber dicho “levedad”, pero como un lamento, no como una excusa, como la “insoportable levedad” de la que escribió Kundera.

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