Lo que queda del día

La alargada sombra de Arenas

El problema del PP andaluz es que aquí nunca replica nadie. A nadie. Mucho menos si es a un líder, presidente, alcalde o alto cargo, como si persistiera la convicción de que no hay necesidad de llevar la contraria

Leo esta mañana un tuit de Antonio Sanz relativo al momento en que interviene María José García Pelayo en la junta directiva provincial del partido: “La mejor alcaldesa que ha tenido Jerez, ejemplo de buen gobierno”. Alguien le contesta poco después: “Antonio Sanz, el listón estaba bajito”. Quien le replica no es alguien del partido. Y ése es el problema del PP andaluz. Aquí nunca replica nadie. A nadie. Mucho menos si es a un líder, presidente, alcalde, alto cargo o acapara elogios y aspiraciones fundadas. No he visto un partido más plagado de aduladores, del mismo modo que en el PSOE han proliferado los cainistas -no sé cuál de las dos cosas es peor, o si las dos al mismo tiempo-. Pero si ni tanto uno como otro lo han corregido será porque les ha ido bien hasta ahora, como si en el pecado llevaran la penitencia. 

Ya han visto lo que le ha ocurrido a Esperanza Aguirre, a la que, por otro lado, le ha debido importar bien poco. Ha criticado el proceso de elección del nuevo líder popular andaluz y ha faltado tiempo para que pongan coto a sus palabras, sin siquiera pararse a reflexionar sobre algunas de las cuestiones planteadas. No es que Aguirre sea la excepción -bastantes aduladores tiene ella por sí misma y para ella-, sino que está lo suficientemente lejos, intocable, y a tanta altura, como para tener que soportar en público y rodeada de compañeros de filas la reprobación de su opinión, ya que, por lo demás, aquí persiste cierto estado de abducción, de fervor incondicional  y la firme convicción de que tantas personas a la vez no pueden estar equivocadas, así que para qué llevar la contraria.

Pero, en el fondo, hasta el propio Javier Arenas debe ser consciente de que cuando tenía a su alcance el gobierno de la Junta de Andalucía y decidió que ya no necesitaba bajarse del coche oficial porque aquello estaba ganado, no habría venido mal alguien próximo -o no tanto- que le hiciera ver el error de no mancharse un poco más los zapatos y aprovechar hasta la última oportunidad ante la posibilidad de un ejercicio de muerte súbita orquestado desde la izquierda. Pero a ver quién era el valiente que se lo advertía, si es que alguien sopesó el escenario en tal estado de precipitada euforia colectiva.

La consecuencia directa de aquel silencio consentido, por exceso o por defecto, llevó al PP a perder a quien ha sido el mejor y más claro referente de los populares andaluces desde las primeras elecciones autonómicas: Javier Arenas, y es lógico que para muchos lo siga siendo, entre otras cosas porque tampoco se aventura en estos momentos a otra persona capaz de lograr y alcanzar los niveles de simpatía cosechados por el PP bajo su dirección regional, así como tampoco de atesorar su carisma y su trayectoria política.

Es cierto que hubo, y muy pronto, desde Madrid, quien hizo la lectura contraria, la del “Arenas perdedor”, pero de ahí se pasó al PP huérfano, porque, como ha quedado demostrado, Juan Ignacio Zoido no ha sido capaz de aglutinar nuevamente esa creciente esperanza -aunque sólo sea por experimentar la alternancia- en un gobierno popular andaluz -en todo caso la de su gobierno municipal sevillano-, ni de anticiparse a los movimientos de un PSOE que, en plena cuenta del K.O., se ha levantado de la lona transformado en joven abanderado del pueblo, como si lo de los ERE fuese un invento del NODO y la renuncia de Griñán el sacrificio de un padre a cambio de la vida de una hija.

Al igual que la pasada semana, insisto en lo mismo: no es algo que me quite el sueño, pero del mismo modo que Jerez necesita un PSOE fuerte para afrontar con garantías el futuro, Andalucía necesita de un PP fuerte que haga ver las contradicciones del gobierno andaluz, las décadas de clientelismo político y pida, con permiso, la oportunidad de demostrar que puede intentarlo. No sé si está a tiempo para lograrlo, pero por ahora me inquietan algunas declaraciones que hablan de llegar al Congreso de marzo seguros de que “la candidatura que se presente” -¿sólo una?- “va a ser la de todos”. De todos, seguro -incluso hasta de Aguirre-, pero ¿qué hay de malo en que sean más de una o de dos? Eso, además de ser “un proceso plenamente democrático”, sería plural.

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