Lo que queda del día

Un ERE para derribar un castillo de naipes

Lo que no se entiende es que este Gobierno, empeñado en explicarlo todo, le haya colado al contribuyente un recibo extra del agua por la espalda, porque es ahí, en esos pequeños detalles, donde se pierde la confianza

Amenos de un mes para que el Ayuntamiento extinga 300 empleos, me mantengo entre los que piensan que el Gobierno debió haber manejado más alternativas para reducir el impacto de una medida que, aunque inevitable, pudo frenar su onda expansiva. El compromiso con el ahorro va camino de convertirse en virtud, aunque sea a costa del sacrificio de los demás, pero a falta de soluciones mágicas que sostengan el sistema -ese castillo de naipes en que se convirtió el Consistorio al aliento de la gran burbuja y el clientelismo político- y asomados al precipicio de la bancarrota, el equipo de Gobierno se ha aferrado a dos opciones: dejarse caer o empezar de cero. Ha elegido la segunda, entre otras cosas, por la responsabilidad de no contemplar la primera, pero, en el fondo, la menos mala, no la mejor.

Porque aunque celebremos que en este nuevo comienzo incorpore un instrumento indispensable como la RPT -e incomprensiblemente ausente hasta ahora en un ayuntamiento como el jerezano-, que se reduzcan servicios duplicados y que deben prestar otras administraciones, o que se fuerce a las concesionarias a ajustar sus costes, tampoco podemos mirar hacia otro lado cuando se confirman los despidos de casi 450 empleados -si sumamos los de las empresas municipales-, como si se tratara de los culpables de una situación que ellos no han provocado y que, en todo caso, les confiere la condición de víctimas de quien sí miró para otro lado a la hora de convertir el Consistorio en la casa del empleo.

¿Se preguntan ahora por qué la clase política se ha convertido en el tercer problema para los españoles después del paro y la crisis económica? El problema, en realidad, es que lo piensen, que se haya dado pie a que lo piensen, y que los aludidos, para ponerle remedio, opten por la cosmética -renunciar a la extra de Navidad- y no por reducir el coste que supone para las arcas del Estado mantener las nóminas y prestaciones de un inflado organigrama político que, llegados a este punto, tampoco ha ayudado a que eludamos, no ya la crisis, sino el rescate mismo.

A tenor de lo ocurrido en Jerez, las preguntas, en cualquier caso, no son solo para la clase política, sino también para los sindicatos, ágiles y prestos a la hora de convocar concentraciones y protestas, pero ausentes a la hora de plantear alternativas para sus representados, o cuando menos para promover un frente común y sólido en el que pesara más el compromiso que las siglas. Los datos y los hechos están ahí, no solo han faltado a buena parte de las 26 convocatorias realizadas por la Delegación de Personal, sino que el mismo día en que comenzaba el periodo de consultas del ERE insistían en eludir sus funciones para forzar al Gobierno municipal a asumir las que no eran las suyas: informar a sus representados sobre la lista de personas propuestas para el despido.

Ahora, si lo desean, entramos a valorar criterios, nombres y afinidades nada objetivas que todos encuentran a medida que se han ido conociendo quiénes eran los elegidos, pero sin relegar a un segundo plano qué papel han desempeñado los que podrían haber incidido en otro escenario posible y que se limitaron a escudarse en que no aceptaban los despidos.

Al Gobierno local, desde que es gobierno, no desde que planteara serlo, se le puede seguir achacando que no haya contemplado -o reconocido- otras alternativas, pero no que juegue a la improvisación, al menos, en lo relativo a su plan de ajuste. Ha trazado su línea desde el principio y no la ha abandonado. Te podrá gustar más o menos, pero se le ve venir de frente, y mientras siga así puede que defraude a quienes esperaban mucho más de sus resultados, pero tampoco se aprecia una contestación social en la calle como para poner en peligro la estabilidad de su gobierno.

Por eso mismo, por ese convencimiento, por ese venir de frente, por su esfuerzo a la hora de explicarlo todo a la ciudadanía, no se entiende que esta semana le haya colado a los contribuyentes un recibo extra del agua por la espalda con menos justificación que un villancico en pleno verano, y que nadie haya dado la cara para advertirlo, porque es ahí, en esos pequeños detalles -no en un ERE que quien más y quien menos consideraba inevitable- donde se pierde la confianza del pueblo y donde termina por conjugarse el verbo traicionar a medida que toca ponerse a la defensiva.

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