Lo que queda del día

Bajo el sino de la perseverancia

Rajoy persiste -no sé si pertinaz o a punta de pistola- en los recortes a su pueblo, así como otros muchos gobernantes a su imagen y semejanza, como si tuviésemos memoria de pez y hubiésemos olvidado sus promesas

La perseverancia se ha convertido en una de las señas de identidad más apreciadas y, a la vez, arriesgadas de nuestros días. Perseverar frente a la adversidad, perseverar pese a los vientos desfavorables y ante las corrientes dominantes. La perseverancia como un pulso al día a día, a las malas noticias, al temor persistente y coercitivo, a la ausencia de estímulos. Pero perseverancia, también, con toda su arrogancia, en el discurso, en los intereses creados, desde un pretendido convencimiento que termine por justificar el pragmatismo frente a la falta de memoria. 

Nadie persevera por gusto, por supuesto; siempre persiste cierta dosis de satisfacción, de cumplimiento, de triunfo, detrás de cada empeño, aunque eso no implique necesariamente la devaluación de sus impulsos.

Este viernes recordaba Manuel Hidalgo el caso singular del director de cine alemán, Werner Herzog. En 1971, mientras localizaba exteriores para el rodaje de Aguirre, la cólera de Dios, se vio obligado a anular a última hora el billete de un vuelo que debía llevarlo hasta Lima. Aquel avión fue alcanzado por un rayo cuando sobrevolaba la selva de Pucallpa y se desintegró en el aire. Fallecieron todos sus ocupantes, a excepción de una joven estudiante de Biología, Juliane Koepcke, que cayó sobre la maleza atada a su asiento, amortiguando parte del impacto. Tras reponerse de las heridas y conseguir algo de alimentos de entre los restos del avión desperdigados por la zona, localizó un río y siguió su curso corriente abajo presa de los insectos e infecciones que brotaron de las magulladuras que padecía por todo el cuerpo. Tardó diez días en encontrar señales de vida y conseguir que la trasladaran a un hospital donde recibir los tratamientos necesarios.

Julianne, en cualquier caso, tuvo más fe e instinto de supervivencia que perseverancia. Quien sí la tuvo fue el director alemán que salvó la vida al no tomar aquel avión, ya que, al conocer lo sucedido, puso todo su empeño en poder contar la historia en una película, pese a que para ello tuviera que esperar treinta años, que fueron los que transcurrieron hasta que volvió a localizar en Munich a la ya científica para convencerla definitivamente -el trauma la empujó durante todos esos años a rechazar cualquier tipo de entrevista- de que contara su experiencia en un conmovedor -que no lacrimógeno- documental que llevó por título Alas de esperanza, rodado en la zona de la jungla donde aún se conservaban los restos del aparato, incluido el asiento que salvó la vida de Juliane Koepcke.

Quiero pensar que detrás de esa constancia impenitente sobresalía un compromiso vital, el de un hombre que sorteó a la muerte inconscientemente y necesitaba mostrar al mundo, como si rindiera cuentas, a alguien que sí tuvo que hacerle frente bendecida bajo un halo de protección admirable.

Supongo que de aquí a un cierto tiempo, alguien terminará contándonos -no por persistencia, sino por mero interés mercantilista-, de forma novelada o seriada, el caso de ese -éste sí- perseverante electricista gallego que, más allá de confesarse como el autor del robo del Códice Calisixtino de la Catedral de Santiago de Compostela, conservaba en su casa más de un millón de euros en metálico y numerosos efectos religiosos de importante valor, requisados, se supone, de forma paciente y metódica durante los 25 años que trabajó en el templo, como si imitara a Andrew Dufresne -el protagonista de Cadena perpetua-, quien durante los mismos años fue horadando en su celda una vía de escape en busca de una vida mejor, aunque sin necesidad de hacerlo a costa de los demás. Se da en el caso del electricista gallego una perseverancia maliciosa, pero, más aún, plagada de lagunas, sospechosa en varios sentidos e indescifrable, aunque él mismo haya obviado la máxima de que la policía no es tonta.

Mientras tanto, otro gallego, de nombre Mariano, persiste -no sé si pertinaz o a punta de pistola- en los recortes a su pueblo, así como otros muchos gobernantes, de mayor a menor escala, a su imagen y semejanza, como si todos padeciésemos memoria de pez y hubiésemos olvidado sus promesas. Perseveran ellos, perseveramos nosotros, es nuestro sino, aunque casi nunca coincidan los propósitos, pese a la claridad de las intenciones, que no siempre son las mejores.

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