Notas de un lector

Con rigor y torería

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El 28 de julio de 2010, el Parlament de Catalunya aprobaba prohibir las corridas de toros a partir de 2012, convirtiéndose así en en la segunda comunidad española en vetar estos festejos, tras hacerlo Canarias, en 1991. Por aquel entonces, el que era primer secretario del PSC, José Montilla, también votaba en contra de la prohibición -al igual que otros 31 diputados de su partido- y argumentaba que él "cree en la libertad".


Necedades y necios aparte, queda la consoladora satisfacción de que la Fiesta Nacional sigue contando con el respaldo de una gran mayoría del pueblo español y de que su perdurabilidad tiene los siglos contados. Ejemplo latente de ello, es el ambiente que desde el pasado 10 de mayo se respira -y respiro- cada tarde en la Monumental de las Ventas. La tradicional isidrada se despide el próximo sábado con un balance de público excepcional.

Y al hilo de esta Feria, he vuelto a la lectura de “Luces sobre una época oscura”. (Everest. Madrid, 2010) de Gonzalo Santonja.

Este catedrático de Literatura Española de la Universidad Complutense, director general del Instituto Castellano y Leonés de la Lengua, e incansable gestor cultural, ha pergeñado un espléndido ensayo que aporta novedosa luz sobre los orígenes del toreo a pie a partir del siglo XVII, tal y como reza el subtítulo del volumen.

Sin negar el excelente legado que José María de Cossío dejara con su magna obra (1943), Santonja se afana en desmontar el tópico de que el citado toreo de a pie no se reduce en el siglo XVII a Madrid, Navarra, Aragón, Sevilla o Cádiz. Y por ello, afirma en su preliminar: “Los documentos que sirven de base a este libro (archivos de Valladolid, Ávila, Salamanca y Segovia) y las aportaciones de diferentes investigadores siluetean un panorama en clave plural e integradora, con influencias cruzadas durante un largo periodo de tiempo. Ni Valaldolid, ni Cádiz, ni Salamanca, ni Córdoba, ni León, ni Pamplona, ni Bilbao, ni Madrid, ni Sevilla(...) España entera, con momentos de repunte y de vacilación, de auge y de crisis en los distintos lugares. Siendo consecuentes, se impone la superación de cualquier localismo a favor de una visión nacional de la Fiesta”.

Y con rigor en su análisis y torería en su pluma, Santonja va hilvanando un ameno relato que incide en la condición de los matatoros, varilargueros y picadores de entonces; que se detiene en la crónica de una corrida en Segovia en 1613, del orden y disposición de la plaza de León en 1693, del espectáculo taurino celebrado en Valladolid en 1605 -“Cervantes, con toda probabilidad, figuraría entre los espectadores, tal vez cerca de Quevedo, quien sabe si al lado de Góngora…“-; y que se adentra en la tragedia de los toreros que ya en aquella época hallaban su muerte en el fragor de la batalla -emocionante y emocionada la historia en torno al espada Manuel Basurtto y a los esfuerzos de su “biuda” por conseguir una limosna “en atención de aver muerto su marido en la corrida de toros”.

En suma, un revelador ensayo que, a modo de límpida faena, debe paladearse con lentitud y aplomo. Como el mejor natural.

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