Notas de un lector

Con orden y con tiempo

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Distinguido con un accésit del premio Adonáis 2010, “La osamenta” (Rialp. Madrid, 2011) es el primer libro de Alberto Chessa.


Este murciano nacido en 1976 -filólogo y gestor cultural- ha vertebrado un poemario que recoge más de una década dedicada a la creación. Todos los textos aparecen fechados entre 1998 y 2010 y si bien su distribución no responde a un orden cronológico, respiran un aire de esencia común. Consciente de que la escritura está concebida para salvar la libertad de los actos humanos, su verso se alza inquietante y combativo: “Pero hay otra verdad tras el siguiente trago:/ la certidumbre de que hoy/ sentir sólo es tocar./ Vivir: ahora o nunca./ Basta de recordar lo no vivido”.

Su constante preocupación por la conducta del ser terrenal -que tan explícitamente expusiera Descartes en su primera parte del “Discurso del método”-, le lleva a intentar equilibrar el orden que corresponde al pensamiento y a la realidad. O lo que es lo mismo, dirimir la dicotomía de cuánto esconde ensimismado el lenguaje de nuestra mente y cuánto la diaria existencia nos permite aceptar: “Todo hombre tiene el deber de aceptar/ que vivir es ir haciéndose hueco”. A su vez, su decir, también se orilla en instantáneas de corte más íntimo, desde donde contemplar espacios de mayor ternura; así ocurre, por ejemplo, en los titulados “Elegía para un no nacido” y “Las manos de mi madre”: “Andan pidiendo a gritos un nuevo mediodía./ En ellas yo me tiendo y recojo la noche”.

En suma, esta “osamenta que dice/ lo que la piel humanizada calla”, es un excelente bautismo lírico, que sorprende por su voz madurada y su exigente determinación lírica.

Resulta sorprendente que el otro accésit del citado galardón -que recayera en “Musa de fuego” de Francisco Javier Burguillo- abarque el mismo período de gestación, 1998-2010. Sin embargo, estos doce años, sí se nos presentan de forma ordenada y segmentada en tres apartados “Aprendiz (1998-2003)”, “Arte poética (2003-2008)” y “Espejismos (2008-2010)”.
Sirve también este poemario como carta de presentación de un autor que modela y modula su cántico con esmero y que se apoya en un verso ora reposado, ora solemne, mas sensible y penetrante: “Mis ojos en la llama del mar,/ en la inquieta mansedumbre/ de las olas, en la cadencia/ armónica de la espuma/ que muere y que renace”.

Este tiempo ya vivido e imborrable, lleva al autor salmantino a desgranar -desde el rigor de la memoria- escenas y recuerdos de muy diversa índole: el fervor del bachillerato, el rumor de los campos castellano-leoneses, el antiguo frenesí de Calderón, las poéticas águilas de Leopoldo Panero, los pinceles de Botticelli, los pájaros cantando de Juan Ramón…, van asomándose cómplices y acreedores. Con una lúcida elaboración y una poética densa en sugerencias, se hace punzante una vívida nostalgia por la que asoman instantes llenos de condensada profundidad y esperanza: “Siento la tierra como algo extraño/ y ajeno. Caen sobre mi espalda/ nuevos copos: voy a dormir con ellos,/ y a esperar a que venga,/ con la mañana, el sol de un nuevo día”.

Al cabo, una muy meritoria primera entrega, colmada de una indudable fuerza vital y que enriquece el actual panorama de la joven lírica española.

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