Notas de un lector

Dos voces femeninas

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Con “Aguamarina”, suma María Jesús Fuentes el quinto poemario a su amplia y diversa obra literaria. Desde hace tiempo, alterna su tarea docente con el cultivo de las letras, y su versatilidad la ha llevado a adentrarse en el campo de la narrativa y del ensayo, además de dirigir la revista “Mester de vandalia”.


En esta Aguamarina, María Jesús Fuentes alcanza una mayor trascendencia, pues su posición poética frente al mundo se extrema al hilo de una mirada permanentemente escrutadora. Desde su confesión inicial, “Me llama/ el mar”, se asiste a un juego de intensa emoción sensorial, donde la poetisa hace inventario de sus anhelos y sus conquistas, de sus ayeres y sus pérdidas.
Su verso penetrante, en constante tensión, remite a nuestra realidad última, a nuestro íntimo origen y a la necesaria certidumbre que debemos hallar en cada amanecer para seguir siendo materia viva: “Que ahora busco fe/ en lo que no se cree/ para mentir contigo/ la verdad/ que no es, pero que podría/ ser”.

Dividido en tres apartados, “Agua”, “Mar” y “Marina”, el volumen se orilla de forma unitaria a través de una temática que ronda lo efímero del presente, el latir incesante de la Naturaleza, el temor desnudo de la muerte y la inquietante simbología del agua, resuelta en ocasiones, en un requiebro de amor y súbito erotismo: “Échate sobre el viento/ que tengo caracolas de sobra/ para que creas que es el mar./ Flota sobre el deseo/ de que flotes/ y ondéate marejada/ sin suelo, sin base,/ sin desembocar más que/ en mí”.

Poemario, en suma, que revela la madurada palabra de una autora de honda cartografía sentimental.

El premio Joaquín Benito de Lucas 2010 -que convoca y patrocina el Ayuntamiento de Talavera de la Reina-, recayó este año en Julia Conejo Alonso por su libro “Muñecas recortables”.
Este galardón, destinado a la obra de autores noveles, distingue pues el primer poemario de esta joven autora, nacida en Tarrasa y que ejerce como profesora de Lengua y Literatura en León.

Con una voz que destaca por su sobria emoción, Julia Conejo modula un cántico que atraviesa un sinfín de instantes pretéritos y sostenidos de manera vívida en su memoria. Estampas que se ordenan muy cerca del alma y que hablan de aquel mapa de la infancia escolar -“con gominolas de corazón y regalices rojos”-, que convocan un recuerdo herido de París o vertebran el frío de un noviembre nevado junto al “paisaje blanco/ que forman/ nuestros sueños”.
El dulceamargo sabor de lo cotidiano, se instala a su vez al filo de estos versos, que siluetean una forma sencillamente profunda de entender la vida y de anudar a la conciencia los objetos y los espacios más familiares. En un libro que sirve como estreno lírico, sorprende de manera grata que esta hilera de serenos poemas estén escritos al dictado de un sentir que el lector podrá hacer suyo de manera inmediata, y que, a su vez, dice mucho y bien de una poesía de armónica palabra: “Algún arroyo ha tenido/ que brotarte del pecho/ en las tibias mañanas de verano/ que peinaron tus sueños”.

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