Notas de un lector

Rosario Castellanos, reunida

  • Juegos de inteligencia
Envuelta en los colores rojo, verde y blanco de la bandera de su patria, me llega la antología poética de Rosario Castellanos (Ciudad de México, 1925 – Tel Aviv, 1974).
Bajo el atinado título de “Juegos de inteligencia” (Renacimiento. Sevilla, mayo de 2011), se recoge una amplia muestra de esta versátil autora, que alternó sus dotes líricas con el cultivo del cuento, la novela, el teatro, el ensayo, la epístola y los textos periodísticos y críticos.


La selección y prólogo de Amalia Bautista, ilustran de manera lúcida el sentir humano y creativo de la poetisa mejicana, cuyas teclas vitales condicionaron sin duda alguna su pulsión literaria.
De familia acomodada, bebió desde su infancia el amargo licor de la desigualdad y la injusticia. Y con denuedo luchó contra ellas; pero si ardua fue esta batalla, más lo fue la que libró contra la desventaja de ser mujer. E intelectual.

La temprana muerte de su hermano, le supuso un gran complejo de culpa, alentado por la extrema crueldad con la que sus padres entendieron la tragedia. En una sociedad abiertamente machista y sectaria como la de la época, la supervivencia de la hija fue entendida como una inmensa desgracia: “Escribo porque yo, un día, adolescente,/ me incliné ante un espejo y no había nadie./ ¿Se da cuenta? El vacío. Y junto a mí los otros/ chorreaban importancia”, anota en su revelador poema “Entrevista de prensa”; para después, añadir: “Y luego, ya madura, descubrí/ que la palabra tiene una virtud: si es exacta es letal/ como lo es un guante envenenado”.

Letal, sugeridora, fresca, punzante, sólida, irónica… -y mucho más- es la palabra poética que se asoma y se esconde por el decir de Rosario Castellanos. Si tras el primer acercamiento, el lector se dejará seducir por la acordada música de su verso y el trenzado tallo al que se anuda su consistente feminidad, su pausada relectura aportará la convicción de que se halla ante uno de los valores más trascendentes de la poesía latinoamericana del pasado siglo.
Porque la hondura de su cántico hace juego con la compleja sencillez de su discurso, con la inefable docilidad de su heroica forma de amar la vida: “Yo soy un ancho patio, una gran casa abierta:/ yo soy una memoria”.
Desde sus “Apuntes para una declaración de fe”, (1948), hasta la recopilación de su obra, “Poesía no eres tú” -editada en 1972 por el Fondo de Cultura Económica-, se sucedieron otros ocho poemarios, en los que tal y como apunta Amalia Bautista, “Rosario Castellanos va desplegando las heridas de su biografía ( lo vivido, lo visto, lo sentido) con una frescura y hasta una irreverencia que no siempre casaban con su época y su sexo”.

Las constantes infidelidades de su marido -el filósofo Ricardo Guerra-, hicieron mella en el corazón de la escritora mejicana y sus secuelas se dejan sentir de manera doliente y desoladora en buena parte de su poesía: “Nunca, como a tu lado, fui de piedra”.
Pero tras esa veta de confesional aspereza, queda también el quehacer agudo, turbador y universal de una mujer adelantada a su tiempo. Y rescatada, ahora, de forma tan necesaria como oportuna: “Mirándome, los hombres recuerdan que el destino/ es el gran huracán que parte ramas”.

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