Torremolinos

Nuestra universal calle de San Miguel

En estas crónicas, Jesús Antonio San Martín, desarrolla lo más representativo del ayer y el hoy de Torremolinos.

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"Calle, calle de San Miguel, / sueño y suspiro, / corazón del sol divino, / gloria de Torremolinos, / ¡viva la calle de San Miguel!". Así reza una alegre canción por sevillanas. Y a la cosmopolita calle, con su vetusta iglesia mimada por la devoción popular, alude la famosa tonadilla: "¡Ay, Torre, Torremolinos, / campanas, campanas de San Miguel…!"

La típica y soleada calle San Miguel, universal donde las haya, respira arte por doquier: ha inspirado y continúa inspirando a músicos, poetas, pintores… Ella reina en el corazón del pueblo, del que es genuino tesoro, y bulle en el alma de la Pintura, la Poesía, la Música… Su luz y su color destellan en los millones de fotografías que a lo largo de las décadas plasmaron las cámaras de los turistas y visitantes que nos obsequiaron con el tributo de su animada presencia. Felices se llevaron ellos el oro inagotable de nuestro sol en sus pieles. También en sus mentes quedó plasmada para siempre la estampa divina de un Torremolinos de ensueño, el Sansueña que Cernuda, inmortal poeta de la Generación del 27, dibujó en sus magistrales versos cuando le cupo el privilegio de disfrutar, junto al mar, del paisaje maravilloso y único, nostálgico, del Torremolinos de los años treinta.

Por la universal calle de San Miguel, en su día bautizada como "la calle de Europa", se pasea cotidianamente el mundo: unas cien mil personas de más de ciento veinticinco nacionalidades disfrutan a diario de este espacio deslumbrante y sin parangón. La madre Torre de Pimentel al fondo, viuda de los molinos y guardiana eterna sobre el balcón del mar, pone en la calle, desde el silencio de su apagada antorcha, pinceladas de antigüedad. Contrastan con ella los modernos y acogedores comercios, de variopinta actividad, que en las márgenes del caudaloso río de gentes mantienen abiertas sus puertas. Selectas bodegas, repletas de frescos y apetitosos frutos de la mar, atraen masivamente a los viandantes con la exquisitez de su olor a gambas, pescaíto y vino Quitapenas. El súmmum de las pastelerías colma los más exigentes y golosos paladares. La calle San Miguel se ha hecho maestra en el arte del buen yantar y degustar.

El gracioso enlosado de la original calle semeja a trechos una florida alfombra que alegra el paso del peatón. El tipismo andaluz aún vibra con su luminosa albura en las fachadas de muchas de las tradicionales casitas que le dan a la calle sabor de pueblo. La de San Miguel es a la vez calle de pueblo y de gran ciudad. Tiene un encanto exclusivo. Esta particularidad la hace única entre las calles.

Nació la calle San Miguel con el pueblo. Ella era en el principio el mismo pueblo. Muy cerca transcurría el cauce cuyas aguas movían los molinos que otrora alimentaron a la población. La calle fue ayer un bullicio de molinos que hoy duermen el sueño de los justos. Tan solo la morriña de los más viejos lugareños los mueve perezosamente. Molinos y Torre fueron padres y madre del pueblo, y la calle San Miguel vino a ser su hija primogénita. Hoy es la soberana abuela de Torremolinos. Toda la sabiduría y la experiencia del pueblo laten en su regazo. Ella habla en silencio de las glorias y amarguras del ayer. Conoce toda la Historia y todas las historias. Sabe de amores y desamores. Comprende el espíritu del pueblo devoto y amante de las tradiciones. Guarda en su memoria centenaria, o tal vez milenaria, el corazón alegre de las fiestas y el amargo recuerdo de las tristes despedidas.

Pasado el ecuador de los años sesenta, gigantes de cemento sin corazón comenzaron a robarle los ojos a la calle que, como en un espejo inmaculado, se miraba en el monte de las aguas puras y fecundas. Por aquel tiempo, como si el destino quisiera compensar tal infortunio, cesaba el crepitar de los automóviles, que hasta entonces rompían la monotonía tranquila de los moradores del entorno, y la calle vistió sus galas sempiternas de acera. Esta es la calle de Europa. La calle del mundo. Calle de próspera ciudad y al mismo tiempo de pueblo que no olvida sus pías y festivas costumbres.

La devoción popular había abierto en épocas pasadas, en la plaza homónima, la de San Miguel, antes de la Cruz, una pequeña ermita, junto a la Torre. Posteriormente, a principios del siglo XVIII ya se alzaba en su lugar un templo más espacioso. El actual y definitivo se erigió sobre el antiguo, sufragadas y ejecutadas las obras por los propios vecinos, a finales del siglo XIX, aunque hubo de conocer el horror de la contienda civil del siglo XX, que se cebó con el artístico retablo y las obras de arte que albergaba. Ya restaurado, en sobrio estilo cuya blancura impresiona, el edificio, con la Torre y no pocas estructuras inmobiliarias típicas que aún conservan su donaire, realza el atractivo singular de la que día a día crece en esplendor y popularidad, la fascinante y universal calle de San Miguel.

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