Nacido en Santa Cruz de Tenerife en 1965, González Montañez alterna su labor poética con la de crítico y coordinador de del suplemento literario de “La Opinión de Tenerife”. Desde que publicara en 1984, “Dublín, entre el mar y la sangre”, por el que obtuvo a sus diecinueve años el premio “Félix Francisco Casanova”, su quehacer ha ido creciendo de forma notoria y rigurosa. Por eso, su verso, construido sin prisas, sin tumultos, ha sabido concentrarse pleno de intensidad para dotar a su cántico de la justa emoción. Una sabia mirada lírica convierte su memoria en guía y protagonista de la escritura, lo que le lleva a evocar la niñez como una edad de fiebre y paraíso: “¿Dónde hallar el límite de la infancia?/ A veces, durante un instante, los recuerdos se detienen/ y emerge la imagen del barco de la luz,/ siempre anclado allí, en el muelle./ Pero un día, -no supe cuando- partió y no me percaté./ Igual sucedió con mi infancia”.
En la “Otra orilla” -subtitulado Cuadernos de Guillermo Fontes-, el vate isleño recurre al heterónimo para hallar un lugar “donde refundarme y reconocerme/ como escritor y como hombre/ cuando la muerte me golpeó con brutalidad”. Desde esa nueva identidad, pretende subrayar la dimensión totalizadora que provoca la ausencia de los seres amados -en este caso, el golpe mortal de la pérdida paterna-, y la necesidad de desasirse de lo emotivo para alcanzar un territorio donde compartir el aliento vital junto a los que aun permanecen a su lado. Porque tras el dolor: “El paisaje volverá a su lugar/ y el viento a nosotros”.
Esa sacudida de desdicha, sigue presente en “El tiempo detenido”. Libro este de acento elegíaco, que sitúa al poeta isleño en un plano que reclama la ayuda del lector para dispar la niebla que ha provocado la ausencia, para desandar el camino de cenizas que el yo poético ha recorrido bajo tantas alboradas y anocheceres: “La muerte sucede en lo cotidiano, en un morir lentamente, en un deseo de no nombrar la palabra muerte para que la muerte y la palabra que la nombra no existan”.
Este volumen, que alterna la prosa y el verso, tiene -al igual que sucediera en la “Otra orilla”- un acentuado aroma marítimo desde el que Coriolano González Montañez parece saludar y despedir, a golpe de versos, todas las vivencias pretéritas y la nostalgia de su conciencia presente: “Luz, playa y cielo:/ donde todo reside/ yo te reclamo”.
Versos, en suma, de agua y muerte, aderezados, sin embargo, con las personales huellas de quien bien sabe amar la vida.
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