El sexo de los libros

Julien Gracq en el mar de las sirtes

  • Julien Gracq
El 22 de diciembre de 2007 fallecía en Angers, a los noventa y siete años, el escritor francés Julien Gracq (pseudónimo de Louis Poirier). Había nacido en Saint-Florent-le-Vieil el 27 de julio de 1910. Prosista de extraordinaria brillantez, fabulador enigmático, maestro del misterio y las aventuras oníricas, Gracq se negó desde un primer momento a aceptar los compromisos y enredos de esa ciénaga que se conoce como la vida literaria. Huyó de la publicidad, de los reportajes, de las intrigas en torno a premios y honores, de las disputas escolásticas, de los rastreros contubernios y laberintos de mezquindad que corrompen el mundo de las letras hasta convertirlo en un territorio inhabitable.


Gracq estudió en la Escuela Normal Superior y obtuvo en 1934 l’agrégation en Geografía e Historia. También pasó por la Escuela Libre de Ciencias Políticas. Toda su vida profesional estuvo consagrada a la enseñanza media, ejercida en distintos liceos: Quimper, Nantes, Amiens y, finalmente, en el Claude Bernard de París, donde se jubiló en 1970. Sus grandes descubrimientos literarios fueron el surrealismo (al que, sin embargo, no se adhirió en ningún momento) y el romanticismo alemán; también la ópera de Wagner. La lectura de Nadja, de André Breton, dejó en él una huella imborrable. Siempre conservaría una firme lealtad por el cabeza de serie del movimiento surrealista, a quien dedicó su primer ensayo (André Breton, algunos aspectos del escritor, 1948). La otra gran revelación de Gracq fue el fascinante relato titulado En los acantilados de mármol, de Ernst Jünger. Ambos textos están presentes en su génesis estilística y estética. El perfeccionismo en la expresión, el encadenamiento de imágenes y estados de ánimo, la exploración de las virtudes poéticas de la prosa, las atmósferas evanescentes cargadas de secretas y furtivas resonancias, la magia de lo insólito en lo cotidiano. Una escritura de ejecución impecable, cuya prodigiosa coherencia discursiva tiene sobre el lector un efecto envolvente e hipnótico, un poder de encantamiento que arrastra literalmente hacia dimensiones ignotas, como una fuerza extraña e indefinible.

Su primera novela, En el castillo de Argol (1938), fue repudiada por Gallimard, pero no por el editor José Corti, al que Gracq confiaría, con inquebrantable fidelidad, la publicación de todos sus libros posteriores. Las cosas iban sucediendo al margen de los escenarios oficiales, más allá de los círculos de intereses, como si se dijera fuera del tiempo. El acto que con mayor énfasis refleja esa decidida automarginación tiene lugar en 1951, cuando Julián Gracq rechaza, ante el estupor general, el Premio Goncourt que se le concede por la que es, sin duda, su obra maestra, El mar de las sirtes, pieza auténticamente imprescindible de la literatura del siglo XX, donde el arte de la descripción alcanza alturas imprevistas en torno a una historia localizada en una imaginaria Venecia del XVI, con personajes inolvidables (el protagonista Aldo, la princesa Vanessa Aldobrandi, el capitán Marino) y episodios extraordinarios (la guerra contra el Farghestán, las ruinas de Sagra, la isla de Vezzano).

Aparte de la poesía (Gran libertad, 1946), Gracq cultivó la reflexión sobre el hecho literario: Preferencias (1961); Letrinas I (1967); Letrinas II (1974); Leyendo y escribiendo (1980). En esta materia, su aportación más estridente fue el célebre artículo 'La literatura en el estómago', que en 1950 vio la luz en la revista Empédocle, donde denunció, sin contemplaciones, la mercantilización de la literatura, las campañas de las editoriales a favor de plumíferos mediocres y oportunistas y el envilecimiento de la crítica profesional. En 1989 permitió que La Pléiade editara sus obras completas.

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