Notas de un lector

El poema intemporal

Tres años después de la publicación de “Alma Venus”, Pere Gimferrer (1945) da a la luz “No en mis días (Vandalia. Sevilla, 2016)

Tres años después de la publicación de “Alma Venus”, Pere Gimferrer (1945) da a la luz “No en mis días (Vandalia. Sevilla, 2016), un libro que contiene veintiocho poemas en los que retoma el verso en castellano.
Escrito entre 2012 y 2016, el poeta catalán recrea “el monte/ real de las palabras desposadas” y modela un inventario de  simbólicas instantáneas donde se dan cita el vitalismo y la muerte, el olvido y la acordanza, la tempestad y la calma, los ángeles y los demonios. Y todo ello, tamizado por uncántico que fluye como un río de aguas fulgentes, ricas, en las que brillan lo culto, lo surreal y lo imaginativo: “La caléndula rota, el bosque ciego,/ por los senderos de cadaverina./ Hórrido aquel papel fundacional,/ el dandy con el pelo de la dehesa,/ la Euménide pintada por Botero./ Fue todo una proclama de falsía,/ un attrappe-nigauds, retablo de Chanfalla”.
Dos años antes, y reciente la edición de “El castell de la puresa” -que suponía el regreso de Gimferrer a la lengua catalana una década después-, el poeta declaraba: "No es necesario que el lector sepa de qué hablo ni que conozca las referencias culturales, sino que sienta una realidad verbal que no existía, que sienta las imágenes y los sonidos".
Al hilo del volumen que ahora comento, Gimferrer insistía en una entrevista en esa misma tesis: “No aspiro en absoluto a que el lector lo entienda todo”. En verdad, es complejo seguir el curso argumental que destilan algunos de los poemas aquí recogidos. Su decir deriva en una sucesión de elípticas y sorpresivas imágenes que convierten el poema en una ráfaga de variopintos y multiformes elementos: “En sí, es el poema intemporal./ De las barbas del cielo caen hombres barbudos:/ son los oficinistas de la lluvia,/ la misma que contaba nuestros pasos/ con ojos en los dedos de su azogue/ cuando fuimos aún aquel escorzo con disfraz de buzo/ que el poema revuelve en temporal./ El pizarrón de agua borró las chimeneas/ en un país de deshollinadores”.
El conjunto destaca por un melódico y sostenido acorde, en una suerte de sinfónicos endecasílabos, alejandrinos…, que hacen que el eco de su verbo resuene con sobrada libertad y solventeversatilidad: “Todos mis años van en trashumancia/ a la collera de los rejoneos./ El gallo rojo de la noche ciega/ es la violeta del azul mordido./ El silencio metálico del bosque”.
Las claves creativas de Pere Gimferrer vuelven a asomar, al cabo, por entre estas páginas, asidas a un íntimo mapa de hechizantes ideas, que se envuelven en la potencia de las metáforas y se abrigan en una sabia imaginería verbal. Si bien, en algunos casos, el discurso acusa un recargado barroquismo que deviene en un diálogo que roza lo irracional, lo misterioso: “Ha detenido el tiempo su carrete:/ en la plaza del Ángel gira el día parado,/ movimiento perpetuo que es inmovilidad,/ la precintada noche del poema/ bajo el cielo de brujas de Madrid”.

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