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San Antonio

"Un robo sacrílego, que así se llama técnicamente la sustracción de un objeto de culto religioso, no sólo comporta un perjuicio económico, sino que, fundamentalmente, constituye un ataque a sentimientos mucho más valiosos que el dinero"

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Me alegro un montón de que la imagen del pequeño San Antonio esté ya en manos de su Hermandad y lista para ser colocada de nuevo en la hornacina de la que fue sustraída. Me acabo de enterar por la voz amiga de José Antonio Benítez y me dispongo inmediatamente a retocar el artículo de esta semana, porque el primitivo era una exhortación a los autores de la sustracción para que devolvieran la imagen, porque su ausencia nos había tocado en lo más hondo de la memoria. Ya no hace falta pedir la devolución porque, como puede verse en la imagen de Internet, un miembro de la Guardia Civil la entrega a los priostes de la hermandad del Martes Santo.

Un robo sacrílego, que así se llama técnicamente la sustracción de un objeto de culto religioso, no sólo comporta un perjuicio económico, sino que, fundamentalmente, constituye un ataque a sentimientos mucho más valiosos que el dinero. Robar un cáliz, un San Antonio, puede provocar, y en este caso lo ha provocado, la tristeza de todo un barrio, de todo un pueblo me atrevo a decir. La gente de San Francisco, a la que conozco tan bien, ha estado entristecida todos estos días de ausencia.
En cuanto supe lo del robo de quién primero me acordé fue de mi abuela Antonia, que ante la mayor contrariedad recurría siempre a San Antonio bendito, y que todos los Martes Santos de mi infancia me llevaba a la puerta de la iglesia para ver salir a San Antonio, seguido del Señor Atado a la Columna y de la Virgen de la Paz, envuelta en un océano de velas. Me acordé de mi madre, que más de una vez me ponía una moneda en la mano con el encargo de echarla en el cepillo de la hornacina del pequeño San Antonio. Bueno, me daba dos, una para él y otra para el también pequeño Cristo de la hornacina izquierda. Me acordé de tantas generaciones de mocitas que han venido pidiendo al santo amores duraderos, verdaderos, casamenteros. Me acordé del santo de verdad, de San Antonio de Padua, el monje franciscano que en el siglo XII predicó el amor y la pobreza. Y me acordé, por supuesto, de la gente de la hermandad, que ha vivido con especial pesadumbre esta desaparición ya aclarada.

Durante el tiempo que la estatua ha estado ausente es como si le hubiesen robado el niño a alguna mujer de la calle San Francisco, o de la calle Gomeles. Los autores no se llevaron un trozo de madera, o del material que sea. Se llevaron un trozo de nuestra memoria colectiva, un símbolo de nuestra historia común.

Gracias a la Guardia Civil y a las gestiones que imagino habrá efectuado la Hermandad, la imagen volverá a su hornacina. Durante una semana, el tiempo que ha durado la desaparición, se ha privado a todo un barrio, a todo un pueblo, del derecho a expresar sus plegarias a ese pequeñito San Antonio donde algunos vemos reflejada nuestra infancia, o los ojos ya idos de las viejas que tanto nos quisieron. Así que enhorabuena a todos.

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