Notas de un lector

De besos y brujas

Hoy destacamos un libro pleno de ingenuidad pese a su título, “Besos como estos”, firmado por Mary Murphy y editado por MacMillan, en su serie Infantil y Juvenil

Allá por el siglo XIX, George Sand afirmó que “el beso es una forma de diálogo”; por su parte, el hombre que la amó (uno de los hombres que la amaron), Alfredo de Musset, escribió que “el beso es el contacto de dos epidermis y la fusión de dos fantasías”. Recuerdo las palabras de ambos amantes, un tanto turbulentos en su íntima relación, ante un libro pleno de ingenuidad pese a su título, “Besos como estos”, firmado por Mary Murphy y editado por MacMillan, en su serie Infantil y Juvenil.
Murphy, irlandesa que se confiesa admiradora de Peter Pan y Mary Poppins, ha ideado un cuaderno, que ella ilustra, donde, al jugar con sus páginas, se besan los más diversos animales. Lo que Sand llamaba diálogo, y Musset fusión de fantasías, se traduce aquí, merced a los hábiles trazos de Murphy, en una fiesta amorosa. A esos trazos, la autora sólo ha tenido que añadir adjetivos propios de quienes se besan. Así, los besos de una jirafa son “altos e inmensos”; los de un búho “picudos y ligeros”; los de un elefante, “sonoros y gruesos”; los de un pez, “burbujeantes y frescos”; los de un ratón “chiquititos y traviesos”… Una tierna colección, donde el vibrante colorido de cada página y la solidez del dibujo, contribuyen a hacer más gozoso y atractivo el volumen.

     Puestos a citar frases de escritores célebres, se me ocurre ahora hacer sitio a una de Arthur Miller, que dice así: “Me he preguntado si hay brujas en el mundo… Pero lo que no puedo creer es que las haya ahora, entre nosotros”. Pues haberlas, haylas. Por ejemplo, Mimí.
Mimí es un personaje creado en 2008 por KathleenAmant, ilustradora y diseñadora belga del 59, de la que la editorial citada da a la luz dos de sus aventuras: “La brujita Mimí no tiene miedo… ¿o sí?” y “La brujita Mimí aprende un hechizo para dormir”. Como en el caso de Murphy, Amant escribe e ilustra sus relatos. En el primero, nos dice que Mimí tiene, un gato llamado Bobo, un sombrero de bruja y una escoba de bruja voladora, claro, con la que a veces llega hasta la Luna. No le asustan las arañas, ni los ratones, ni los monstruos, ni la oscuridad: Pero el día en que Bobo se mete debajo de su cama y hace crash, crash, en vez de gastarle una broma, le da un buen susto. En el segundo, Mimí aprende de la señorita Brujilda las palabras mágicas que provocan el sueño, y recorre, al vuelo de su escoba, todas las casas del pueblo, para dormir a cuantos niños siguen despiertos. Y lo logra.

   La levedad argumental de estos cuentos no es en ningún caso defecto que pueda ser achacado al narrador. Porque la palabra -en estas historias de Amant más abundantes que en la de Murphy- va por completo unida a la jugosa ilustración, que de cara al pequeño lector a quien se destinan, suele tener más presencia y más tirón, dado que, en numerosas ocasiones, ese lector no lo es todavía, y se deja llevar, en cuanto a la letra, del saber de sus mayores. Hay niños que acostumbran a dormirse oyendo un cuento. Y se adentran, felices, en el sueño. Porque, como dijo Francis Lacassin, “La necesidad de lo maravilloso es la llave del mundo de los sueños”. Y ellos tienen esa necesidad.

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