Notas de un lector

De toros y toreros

Cuando algunos sectores de la sociedad española vetan lastimosamente la Fiesta nacional, nuestros poetas siguen dando fe, y no sólo a golpe de versos, de la vigencia de este tema, tan ligado a nuestras raíces

Cuando algunos sectores de la sociedad española vetan lastimosamente la Fiesta nacional, nuestros poetas siguen dando fe, y no sólo a golpe de versos, de la vigencia de este tema, tan ligado a nuestras raíces. Ahí están, como simples ejemplos recientes, la reedición en 2009 de “El Siglo de Oro de la poesía taurina”, de Salvador Arias, “Sentimientos del toro”, de Carlos Marzal, en 2010, o “Juan Belmonte, el pasmo de Triana”, de Antonio Murciano, en 2012.
Ahora, el propio Marzal da a la luz, en la Colección Vandalia, de la Fundación José Manuel Lara, “La geometría y el ensueño”, una muestra de poesía taurina, que reúne a más de medio centenar de poetas de hoy, algunos de los cuales han escrito expresamente sus poemas, atendiendo a la invitación del antólogo.

    Si me detengo un instante en este punto, es porque puede servir para probar, si ello fuera necesario, cómo el mundo del toro de lidia y cuanto ello lleva consigo, va en los dentros de una inmensa mayoría de los vates españoles, que lo tienen como suyo, y en nada han de forzar su escritura para hacerle sitio. Así, uno de estos “invitados”, Luis Alberto de Cuenca, titula significativamente su poema “Tarde de toros en el cuarto de estar de la niñez”: unos recortables con figuras de toros, toreros, picadores, banderilleros…, permanecen grabados en su memoria, indelebles: “Estos breves recuerdos de mi infancia/ constituyen mi más profundo vínculo/ con la Fiesta Sagrada de los Toros”. Vínculo profundo, sí, vivido y verdadero, cuando aún los años no han llegado a cuajar su varonía, intacto luego, cuando esta cuaja. El colombiano Eduardo Carranza lo resumió muy bien: “EL tiempo nada puede./ Todas estas son cosas inmortales”. (O sagradas, como adjetiva De Cuenca).

    En un florilegio de este tipo, es lógico que impere la variedad, formal y temática. EL motivo principal puede ser el tentadero, la plaza, el paseíllo, el toro, la cornada, el torero como eje, o el torero con nombre concreto (Belmonte, Manolete, Rafael de Paula, José Tomás, Yiyo, Domingo Ortega, Antonio Ordóñez, Antoñete…) o incluso algún poeta ligado a la Fiesta (Manuel Machado, Gerardo Diego). Tiene el lector material sobrado para su disfrute, que el crítico asegura.

     Marzal encabeza la obra con “Cuatro consideraciones discutibles acerca de la poesía taurina”. Un texto jugoso, que él sabe bien cómo da juego, si no para la polémica, sí para el debate. En su arranque, ya asevera: “Estoy convencido de que a la poesía taurina le conviene ser menos taurina que poética”. En esta afirmación se encierra una obviedad que atañe a toda la literatura de género ...”; porque, al cabo, y así lo cree -y lo creo- lo que interesa es la calidad. “De hecho, la buena literatura de género -añade, rotundo- demuestra que sólo existe un único género de literatura: la buena. El resto es hojarasca, residuo verbal”.

     Pues bien, el género taurino tiene en esta antología claros ejemplos de esa buena literatura que Marzal pondera y defiende. Un plantel en el que brillan, con luz nítida, los andaluces(Julio Mariscal, Antonio Murciano, Carlos Murciano,María Victoria Atencia, Pablo García Baena, Rafael Guillén, Ángel García López,  Fernando Quiñones, Antonio Carvajal Felipe Benítez Reyes, Raquel Lanseros…); y otro buen número de poetas de toda nuestra geografía (Joaquín Benito de Lucas, José Hierro, Rafael Morales, Claudio Rodríguez, Ángel González Francisco Umbral, Juan Luis Panero, Santos Domínguez, Lorenzo Oliván, Antonio Lucas, etc).

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