Cantaba Calamaro aquello tan popular de “si no me quieren en vida, cuando muera no me lloren”. Lo tengo en cuenta a medida que leo uno tras otro los panegíricos dedicados a lo largo de esta semana por los periódicos españoles a Margaret Thatcher.
No pensaba yo que esta señora tuviera tan buena prensa en nuestro país. Al menos no es la sensación que guardo de ella de mis años de infancia, cuando aparecía en televisión acompañada de Ronald Reagan o celebrando la victoria en la Guerra de las Malvinas, que nos decían que era el Gibraltar argentino, lo que venía a entumecer las inútiles aspiraciones de recuperar para nuestra Corona el Peñón -monos incluidos-.
Muy pocos medios -La Sexta entre ellos, siempre tan oportuna- han aprovechado la ocasión para recordar que, si aquí nos sobraban los elogios para la dama de hierro, en su Gran Bretaña natal hay quien sigue dispuesto a escupir sobre su tumba, desde cantantes y escritores a directores de cine.
Morrisey, el líder de los Smiths, aprovechó su primer disco en solitario para inspirarse en ella de cara a una de sus canciones: Margaret on the guillotine, en la que le dedicaba versos tan complacientes como “la gente de bien tiene un sueño maravilloso: Margaret en la guillotina. ¿Cuándo te vas a morir? Por favor, muérete. No destroces este sueño. Hazlo realidad”.
Stephen Frears y Ken Loach también retrataron con ácida amargura las consecuencias del thatcherismo en sus películas. Pero lo más relevante de todo es que lo hicieron con ella en vida, desde una conciencia crítica tan feroz como aceptada, y desde un compromiso público.
Aquí, en España, seguro que encontramos a personas que quieran a Rajoy o Griñán tanto como Morrisey a la Thatcher, pero seguimos haciendo películas sobre la Guerra Civil, cantando Al alba junto a una fogata o dando coba al de la ceja; es decir, comprometidos con el pasado
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