El Jueves

Sexto sentido

La densa nube azul de incienso -parte de la escenografía- que se forma ante el canasto del Señor de la Caridad será la que le ponga el olor a la cofradía. El sonido vendrá solemne con la campana de duelo en San Andrés.

La densa nube azul de incienso -parte de la escenografía- que se forma ante el canasto del Señor de la Caridad será la que le ponga el olor a la cofradía. El sonido vendrá solemne con la campana de duelo en San Andrés; el sabor será el añejo de una hermandad que pasa por tener siglos de historia (será que así de bien lo han hecho en su corta existencia); el tacto vendrá de la mano dormida del Señor, cuyo dedo abre un surco de vida en la aridez de la tierra; y la visión de todo este conjunto cerrará el círculo de los cinco sentidos que se acrecientan cuando la de Santa Marta pasa ante nosotros.

Pero se me antoja que habrá algo más. Un sexto sentido, porque lo recibimos con la claridad meridiana que atisbo perfecta en el cortejo. Y este no es otro que la algarabía de los monaguillos, poniendo el punto de contraste en la dramática escena: revoltillo de albas blancas y roquetes oscuros, que vienen a ser la mejor escuela de la cofradía.

Los niños, monagos traviesos, aprenden lo que es la muerte del Señor. Para que no les asuste el duro trance y lo tengan como algo normal en su vida. Ya sabrán con el tiempo y la madurez del alma, que toda aquella dramática escena es sólo el principio de lo bueno que está por llegar. Que en casi nada de tiempo, el sepulcró será como ellos, hervidero de alegría.

Y así llegarán hasta nuestros días, con la lección bien aprendida, los monaguillos del ayer siendo
penitentes del presente. Aquellos niños que eligieron como profesión la de ser nazarenos.

Nazarenos de un cortejo que anuncian la muerte.

Nazarenos de una hermandad que anuncia la vida.

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