El Jueves

Nazarenos (por fin)

Sí, amigo mío, hoy ya habrá nazarenos por las calles de la ciudad. Usted, seguramente igual que yo, estará deseando verlos. Y que el pulso se le acelere cuando su propio sky line lo recortan los puntiagudos capirotes. ¿Hay algo mejor que ver un nazareno por la calle?

Sí, amigo mío, hoy ya habrá nazarenos por las calles de la ciudad. Usted, seguramente igual que yo, estará deseando verlos. Y que el pulso se le acelere cuando su propio sky line lo recorten los puntiagudos capirotes. ¿Hay algo mejor que ver un nazareno por la calle?

En contra de los de hoy, vendrán los puristas de la cosa cofrade a decir que la Semana Santa no empieza hasta el Domingo de Ramos y que acaba con la Soledad. Mire usted, la Semana Santa, para muchos, no tiene ni comienzo ni final. Todo el año es Semana Santa. Usted, que critica a los nazarenos de hoy y de mañana y que sólo entiende de siete días, será el que haga tertulia en el chiringuito de Matalascañas en pleno mes de agosto. Aclárese, buen hombre, no sea que pensemos que su tertulia playera es por no aguantar a su mujer y a los chiquillos.

Díganme lo que quieran, pero yo estoy deseando verlos por las calles, en fila, trayendo a mis oídos los primeros sones cofrades de verdad. Porque esto ya está aquí, es imparable. Tan aquí, que estamos sólo a unas horas.

Cuando escribo estas líneas hace un día espléndido. Dios quiera que cuando usted las lea no esté lloviendo. A pesar de esto, no perdamos el espíritu. Porque la Semana Santa es algo que va dentro de cada uno de nosotros. Es un compendio de sentidos y sentires. Si falta uno de ellos, como es la contemplación de los pasos en la calle, no debemos estar abatidos. Contra ese único enemigo que es la lluvia aún no podemos combatir. Pero todo se andará.

Permítame un consejo, usted que se apena como yo con la lluvia: busque, si lamentablemente la hubiera, un buen lugar para refugiarse, pero no se me quede en su casa. Yo tengo el mío propio que como sé que no me lo va a quitar, se lo cuento: en casa de unos amigos donde, entre café y torrija, aguantamos el tirón como podemos. Le aseguro que el espíritu de semanasanta no se pierde. Incluso le diría que se retroalimenta (y no por lo de las torrijas).

Échese a la calle como voy a hacer yo hoy, a darle un abrazo grande al que se estrena con la vara dorada en Heliópolis. Busque lo que el cuerpo le pide, que no son otras cosas que pasos y nazarenos; sonidos de cornetas y olores de incienso. Y nazarenos. Busque a los nazarenos, anunciadores de lo que nos queda todavía por delante; y al de los globos del Pokemon y al de los cacahuetes; al del carrito que “llega y se apalanca” y le machaca los tobillos y al de la sillita de los chinos.

Usted, a lo suyo, que no es otra cosa que el disfrute.

Hágame caso y sea feliz.
 

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