Sevillaland

Dos palabras inquietantes

Existen dos palabras que siguen generando un respingo primordial en la médula de los bien pensantes. Ecologismo y feminismo

Publicado: 01/04/2018 ·
23:22
· Actualizado: 01/04/2018 · 23:22
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Autor

Jorge Molina

Jorge Molina es periodista, escritor y guionista. Dirige el programa de radio sobre fútbol y cultura Pase de Página

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Una mirada a la fuerza sarcástica sobre lo que cualquier día ofrece Sevilla en las calles, es decir, en su alma

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Existen dos palabras, universalmente aceptadas por los diccionarios, y sobre todo por mentalidades contemporáneas, que siguen generando un respingo primordial en la médula de los bien pensantes. Ecologismo y feminismo.

Lo fácil sería situar ese rechazo a quienes tienen mentalidades conservadoras, educación judeo cristiana, o simplemente les adjudicamos menor nivel cultural. Pero, en realidad, ese calambre neuronal estalla porque toca lo más primigenio de la evolución masculina: la supremacía. El hombre (hombre-varón, ha de aclararse, porque el plural de la especie también es norma lingüística expresarlo en masculino) sólo se siente seguro si domestica a todo lo demás, si controla las fuerzas externas, en particular a dos de las que más teme: naturaleza y mujer.

La naturaleza, que se escribe en femenino, está obstinada en rebajarnos a condición de una-especie-más. Nos resistimos a pensar que la simple desaparición de las abejas sería al apocalipsis; hay risas sobre los que protestan porque se respeten periodos de cría durante las obras; quejas al Gobierno porque el mar bate contra chalés construidos en la misma arena. La natura debe ser domeñada, cazada, chiringuitada, dragada y urbanizada. El hombre por encima de todo.

Y en particular de la mujer. A la segunda cerveza las lenguas se convierten en espadones respecto a este tema. No sólo en los bares; todos hemos oído opiniones que no creíamos posible en los informativos a mujeres en apariencia instruidas. Ante la curiosa contradicción de que señoras jóvenes, con estudios, viajadas, quizás leídas, y en altas responsabilidades, sienten repelús en el siglo XXI ante una protesta feminista, sólo se me ocurre que están empapadas del masculinismo, del rotundo (y a la vez tan temeroso) punto de vista del varón.

Alguien es criticado porque dice/escribe toballa o almóndiga y enseguida aparece una tropa defendiendo semejantes aberraciones llamándolas dialecto andaluz, como si nuestro habla fuera un saco de desperdicios que cualquier analfabeto puede ir llenando. Alguien dice portavoza, o meramente jueza, y los supremacistas saltan como catapultas contra quienes osan plantear que podamos darnos -pues claro- un nuevo orden lingüístico. Sin duda prefieren que el diccionario recoja la palabra asín (lo cual ocurre) a portavoza.

El respingo en la médula no se limita a las mentalidades conservadoras; éstas se comportan de forma, digámoslo asín, más espontánea.

 

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