La Isla no es sincera

Pasó la Semana Santa dejando un pringoso y ennegrecido goteo de cera por las calles...

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Pasó la Semana Santa dejando un pringoso y ennegrecido goteo de cera por las calles. Los niños se han despachado a gusto engordando pelotas de cera a costa de aquellos penitentes que, ocultos bajo el capirote y con un cirio inclinado en la mano, iban colmando la insaciable demanda de los pequeños. Las calles, sucias ya desde tiempo inmemorial, han llegado a coger otro aspecto más resbaladizo y peligroso con el derrape de los coches y el pánico de los ancianos a dejarse la cadera en cualquier resbalón.

Ahora el Ayuntamiento ha puesto dos maquinitas con un chorrito de agua que hace lo que puede, pero que lo que no puede no lo hace. Sin embargo aquí nadie dice nada. Los cañaíllas callan, aguantan, hablan del tiempo y comentan los goles de Messi, pero no dicen nada sobre aquello que les afecta de verdad. Este loco, que se pasa el día leyendo cosas raras, ha podido comprobar que La Isla no es sincera, tal como lo explico a continuación.
Los artistas de la antigua Roma realizaron hermosas esculturas. Hoy te vas a un Museo y allí están calladas y sin quejarse, aunque a la que no le falta un brazo, le falta una pierna, porque el tiempo no perdona. Muchas perdieron incluso la cabeza, que es lo que nos ha pasado a los locos, aunque nos diferenciemos de las estatuas en el movimiento que nos dan los nervios. Cuando una escultura se partía por algún sitio, el artista reemplazaba la parte quebrada con cera pintada, para que se pareciera lo máximo a la original. En muchos casos se vendía después sin advertir de la chapuza, pero, cuando llegaba un comprador entendido, delicado y con pasta de sobra en busca de una estatua costosa, la pedía "sin cera", expresión latina compuesta de la preposición "sine" (sin) y de "cera". De la unión de estas palabras nace la palabra sincera. De donde una persona es sincera, cuando es auténtica, original, sin falsedad ni añadidos y en cuya vida no hay partes hechas de cera, sobre todo en el careto que es donde habría que ponerle una buena cantidad a algunos paisanos para ablandarles un poco el rostro tan duro que tienen.
Bueno, ¿de qué estaba yo hablando? Ah, de la cera que se ha quedado pringando las calles de La Isla. Por eso decía que La Isla no es sincera, sino que es con cera, con muchísima cera, palabra que habrá que inventar.
Si la misma rapidez con que se ha quitado la carrera oficial, se hubiera empleado en quitar la cera del suelo, no hubiera tenido que escribir estas líneas con lo que me duele la cabeza. Es de admirar la enorme diligencia que le pone el Ayuntamiento (en teoría laico) al barrido y preparación de las calles por donde pasan las procesiones católicas. Comprendo que donde están los votos es donde está el exclusivo interés de los políticos, esto es algo enfermizo, pero hasta cinco hombres de la limpieza he podido ver en determinadas calles barriendo a toda prisa para que el Cristo de turno no se asustara al pasar, ni la Virgen se espantara. Las calles están para que la misma divinidad se eche a temblar, incluso si los penitentes no hubieran tirado cera alguna. Puede ocurrir que no haya dinero en la Casa Consistorial más que para dos maquinitas, o también puede ser que el dinero haya sido limpiado limpia y presuntamente, o que aquí no hay más cera que la que arde, que ya han visto que es mucha. Total, por una cosa o por otra la mierda no se quita, la limpieza no brilla, y los dineros no aparecen. A ver si alguna vez, en lugar de semana santa, celebramos el año santo, con procesiones todos los días y con esa fabulosa delantera de cinco técnicos de la limpieza allanando el camino de la gloria y de paso quitando la pringue de esta ciudad.

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