Notas de un lector

Sólo cuando miramos atrás

Este murciano del 76, cineasta, traductor, gestor cultural, suma con éste su tercer volumen poético

En su ensayo, “Poema y Diálogo”, Hans Georg Gadamer postula la trascendencia del poema como afirmación y la vigencia del lenguaje como representación sensorial de la palabra.  Y, con rotundidad, refiere cómo “el poema no dialoga solamente con el lector; el poema es en sí mismo un diálogo”.
Esa hermenéutica gadameriana asoma con tintes convincentes en “La impedimenta” (Huerga & Fierro. Madrid, 2017) de Alberto Chessa. Este murciano del 76, cineasta, traductor, gestor cultural, suma con éste su tercer volumen poético, tras “La osamenta” (Accésit de “Adonáis”, 2011) y “en la radiografía apareció LA PIEL” (2013).

     Con la certeza de que todo aquello que está escrito remite a lo ya contemplado, Alberto Chessa establece un sugestivo discurso frente al color del tiempo vivido, muy cerca de los espacios hollados por su experiencia. Sabedor de que “los nombres socavados por sus sílabas y las sílabas rebeldes con sus nombres” son una manera de cifrar su existencia, apuesta por inventariar un destino sanador y duradero: “la vida es/ un negativo/ sin revelar/ pero también/ un negativo/ que espera su revelación”.

     El citado diálogo que el yo lírico afronta tiene como receptor un universo distinto y heterogéneo. Su voz clama y reclama respuestas; sin embargo, el escenario que instiga su verdad se puebla de espejos, sombras, cielos, abismos…, por donde tan sólo tienen sitio las vocales de la duda, las consonantes de la memoria: “El tiempo de la vejez es el pasado: envejecemos sólo/ cuando miramos atrás./ Y si no se es magnánimo/ con el ayer, se acaba por descristianar el presente”.

    Dividido en tres apartados, el poemario navega en busca de una luz que despierte la conciencia del ser humano y que explicite la verosimilitud de un vivir que no puede ser acomodaticio. Ante la confusión y la derrota, tan sólo queda aplicar un mayor grado de rebeldía común, la cual permita mirar hacia adelante con esperanza y complicidad: “Hoy es invierno y me despierto agosto./ O tal verdad es verdad que sea verano,/ porque la mecedora y este cielo/ caben juntos en uno de mis ángeles/ y la espuma del mar panadea en la orilla”.
En ese viaje de incesante búsqueda, también hay hueco para la remembranza de los que se fueron. La figura paterna se alza, en este caso, como recuerdo imborrable. Y lo hace con dos de los poemas de mayor emotividad del conjunto, “Aleta de tiburón” y “La fosa”: “Primero fue imposible./ Luego fue inoportuno./ Más tarde fue temprano./ Después fue tarde./ Entretanto, nos cruje la osamenta/ siempre que llueve dentro de una fosa”.

     En su coda, Alberto Chessa anota: “escribir es vigilarse a uno mismo”. A buen seguro, que este verso serviría como íntima poética de un autor que mima con rigor y coherencia su decir. Y lo modula de manera personalísima. Tal y como lo demuestra en este libro, determinante y atractivo, para degustar junto a las deshoras de la verdad humana y lírica.

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