Notas de un lector

Volver a Yves Bonnefoy

En sus trece poemarios editados, puede hallarse una voz intensa, personal, que agranda la dimensión sagrada de la existencia

El pasado 1 de julio fallecía Yves Bonnefoy. Su muerte significaba decir adiós a uno de los más grandes poetas que haya dado las letras francesas Su labor como profesor universitario, ensayista, crítico de arte y traductor (Yeats, Keats, Leopardi, Petrarca, y sobre todo, Shakespeare), conforman un corpus tan amplio como enriquecedor.

Pero de todos los géneros citados, fue la poesía su más fiel aliada, pues según declarase tiempo atrás, erala única capaz de “liberar las relaciones entre los hombres de los prejuicios, ideologías y quimeras que los empobrecen”.
En sus trece poemarios editados, puede hallarse una voz intensa, personal, que agranda la dimensión sagrada de la existencia a través de una compleja suerte de remolino verbal; su propio yo se abisma en los territorios de lo posible y lo imposible  con un aliento cautivador y un sugeridor extrañamiento estético.
Más palpables son estas características en sus libros iniciales, en los que Bonnefoy asediaba la belleza desde el brillo tamizado que guardaban sus lúcidos murmullos, sus inconfundibles ecos: “Íbamos por esos prados/ donde a menudo un dios se desprendía de un árbol./ Os empujaba sin ruido/ Sentía vuestro peso en nuestras manos pensativas/ Oh vosotras, mis palabras oscuras,/ barreras atravesadas en los caminos de la noche”.

    Ahora, editados en un mismo volumen, nos llegan “La larga cadena del ancla” y “La hora presente”( Galaxia Gutenberg. Barcelona, 2016), las dos últimas entregas que Bonnefoy publicara en vida, en 2008 y 2011 respectivamente.
Con esmero y acierto ha vertido Enrique Moreno Castillo al castellano el verso grave y solidario de Bonnefoy. Además, ha escrito una revelador prólogo que ayuda a entender más y mejor cuáles son los principales pilares que sostuvieron -y sostienen- su obra

    Los dos libros que me ocupan fueron pergeñados por el autor galo ya rebasados los ochenta años. Al hilo de ello, Moreno Castillo afirma: “Estos frutos de una fecunda ancianidad constituyen el tramo final de una aventura poética que se halla entre las más importantes de nuestra época. (…) Se trata de una poesía de vejez, no porque haya en ella nada de decrépito o decadente,  sino porque transmite una urgencia, una radicalidad, una búsqueda de lo esencial que no permiten ninguna dilación, ninguna evasiva”.

    El decir de Yves Bonnefoy deviene en una vertiente rehumanizante, en una temporalidad que  dirige su memoria al ayer, a la naturaleza, a la esencia ulterior del ser humano: “Hora presente, no renuncies,/ recobra tus palabras de las manos errantes del relámpago,/ escúchalas hacer de la nada lenguaje,/ arriésgate/ incluso en la confianza de que no es prueba de nada,/ léganos no morir desesperados”.
Su escritura está impregnada de una tensión realista, de una visión lacónica y acerada, que deriva en un cántico que pareciera brotar desdeuna lumbre silente y escondida en su alma. Y junto a ese resplandor que ilumina sus composiciones, quedan, también, el diálogo latente entre el hombre y su horizonte, su universal experiencia, su honda condición lírica forjada a carne y verso.

     En suma, una nueva y grata oportunidad para visitar la casa corazonada y latente de este excelente poeta que siempre tuvo las puertas abiertas a la palabra. Y a la vida.

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