Pobre de mí

Decenas de manos lanzadas contra la chica que literalmente se ve violada, aunque sea dactilarmente, por una multitud que no sólo no ve que la mujer necesite ayuda sino que considera que lo estaba esperando, que se lo estaba buscando

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Tengo que reconocer que me preocupa la imagen que de España, como destino turístico, se pueda tener en el extranjero. No sé si hemos pasado de ser un país atractivo por el clima, por las playas, por la cultura y la gastronomía a ser un lugar ideal para emborracharse, para coger una cogorza a muerte y no soltarla hasta que haya que volverse. Los encierros de San Fermín han sido de siempre un imán para el turismo. Hoy día, sin embargo, las imágenes de los encierros se ven empañadas por las de una masa humana ciega de vino peleón. He visto las fotos de un botellón en Isla Cristina después de terminado y representan la viva imagen de un auténtico estercolero. Sencillamente de vergüenza ajena. No me explico cómo se puede ser tan guarro. Así que no quiero ni pensar en lo que tiene que ser Pamplona en estas fechas. He leído que la población aumenta en casi ochocientas mil personas durante una semana. Sólo con que un diez por ciento (fíjese si soy bueno) no piense en otra cosa que en emborracharse, tenemos la ciudad tomada por ochenta mil borrachos que, como claramente se comprende, son muchos borrachos juntos. Conozco Pamplona, aunque no en fiestas, y me parece una ciudad maravillosa, de ahí que trate de aprovechar estas líneas para avisar de la imagen que están cogiendo los Sanfermines. Por si fuera poco, ha aumentado el número de denuncias por delitos contra la libertad sexual. No hablo de violaciones en calles solitarias, descampados o portales oscuros. Hablo de delitos cometidos a plena luz del día, en público, a la vista de todos, cuando una chica, subida a los hombros de un mozo, borracha como una cuba, comete el error de quitarse la camiseta y el sujetador y enseñar las tetas a una alfombra de borrachos, que aprovechan la ocasión, el descontrol y el desconcierto para ofrecernos uno de los espectáculos más salvajes y vergonzantes que he visto en mi vida. Decenas de manos lanzadas contra la chica que literalmente se ve violada, aunque sea dactilarmente, por una multitud que no sólo no ve que la mujer necesite ayuda sino que considera que lo estaba esperando, que se lo estaba buscando. Una multitud que piensa que a quién se le ocurre ponerse a enseñar las tetas en esa situación, como lo piensa usted y como lo pienso yo. Pero no nos equivoquemos. Una cosa es el error de la chica borracha de confundir a los lobos con borreguitos y otra cosa, bien distinta, es que se lo merezca. Nadie se merece una cosa así. El caso es que aconsejo que se disparen las alertas para evitar que el paraíso de la cultura, ya convertido en paraíso del alcohol, acabe anunciado en los folletos turísticos como un paraíso sexual.

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