El ocho de diciembre un buque perdió seis contenedores frente a la costa del norte de Portugal. Uno de ellos cargado con mil sacos de veinticinco kilos de pellets de plástico de cinco milímetros que se han desperdigado por las costas gallegas y alguna asturiana. Ha pasado casi un mes, hasta que hoy, tras negativas incomprensibles, la Junta de Galicia ha elevado por fin el nivel de alerta que permite la intervención de medios dependientes del gobierno central. Son los ayuntamientos, las organizaciones ecologistas y los voluntarios los que primero han acudido para recoger las bolitas por las playas. No se ha informado sobre la forma correcta de proceder a esta limpieza ni tampoco qué contenían el resto de los contenedores.
Hay más interés por demonizar a Sánchez en la precampaña gallega que en buscar una cooperación leal entre administraciones, todo se convierte así en pugna partidista estéril.
La gravedad de esta contaminación está fuera de toda duda. Estos microplásticos se van degradando, aumentando así las posibilidades de pasar a la cadena trófica.
Se ha estudiado el efecto en los peces, actúan sobre su cerebro y su salud en general, pierden capacidades cognitivas, se reproducen menos y mueren antes. Si esto es lo que les ocurre a ellos, algo similar puede ocurrirnos a nosotros. Está comprobado que también los tenemos en nuestro organismo, están en la leche materna y en los biberones de plástico que calentamos en el microondas, nadie está libre de esta contaminación, viva donde viva porque la lluvia ya trae diluidos microplásticos.
Sobre este tema se actúa con la misma lentitud que frente a las catástrofes ecológicas y la opinión pública hace como los monos de Gibraltar “se tapan los ojos para no mirar”.
Cuando se dan las cifras de que uno de cada dos hombres y una de cada tres mujeres sufrirá cáncer antes de cumplir los setenta y cinco años se citan como causantes el tabaco, el alcohol y el sedentarismo. Todo lo que nos ha traído la contaminación de la sociedad actual no se tiene en cuenta por la sencilla razón de que no se ha estudiado o quien lo ha hecho no ha divulgado los datos. Si no se habla de ello no se alarma a la población.
La misma población que tira al wáter toallitas, compresas y pañales que van a la depuradora de aguas residuales sin sentir la menor responsabilidad ante su incivismo. Y mascarillas, esas mascarillas sobre las que no se ponen de acuerdo si hay que volverlas a usar en los centros de salud y hospitales con las cifras tan elevadas que tenemos de COVID y gripe.
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