Patio de monipodio

Quien a buen árbol se arrima

Es un problema estar al socaire del viento capaz de acabar en tempestad inesperada, que al llegar la hora del cambio, al nuevo poder le trae al pairo todo

Publicado: 08/07/2018 ·
22:24
· Actualizado: 08/07/2018 · 22:24
Autor

Rafael Sanmartín

Rafael Sanmartín es periodista y escritor. Estudios de periodismo, filosofía, historia y márketing. Trabajos en prensa, radio y TV

Patio de monipodio

Con su amplia experiencia como periodista, escritor y conferenciante, el autor expone sus puntos de vista de la actualidad

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Pero la sombra no es permanente. Hay que saber moverse en la dirección que marque el sol (que más calienta). El sol es voluble. El árbol no se mueve, ahí está, impertérrito, unas veces dando sombra, otras sosteniendo un poco el agua para que no caiga torrencial y sujetando el suelo con sus raíces. El árbol aguanta lo que nadie imagina. Quien está a su sombra debe saberlo y saber que la sombra del árbol es móvil; la mueve un poder lejano, casi siempre alejado, ajeno. Y poderoso. Sobre todo, poderoso.

Porque no se habla de árboles ni soles, sino de poderes, para cuya comprensión venía muy bien el símil, pues al poder del político local o de medio pelo se superpone el del mandamás. Y, como en su carrera alrededor del árbol puede tropezar con alguna raíz, en su deambular en torno al político de poder medio puede encontrarse con el error, no necesariamente propio, que más enerva al “de arriba”, al que manda. O a la poderosa corporación económica que manda en quien manda. Basta un pequeñísimo error de cálculo, un paso ligeramente desviado, incluso un fallo de quien no puede porque sólo tiene medio poder, un pequeñísimo resbalón, un cambio en la cúspide, para que la sombra a la que el individuo se había acogido cambie y deje de protegerlo.

Es un problema estar al socaire del viento capaz de acabar en tempestad inesperada, que al llegar la hora del cambio, al nuevo poder le trae al pairo todo el trabajo bien hecho en su beneficio. Y es que los medios de comunicación no pueden estar a la sombra del poder, ni siquiera a la del más alto poder político, porque también cambia y acaba con cuanto estuviera bajo las ramas del anterior o del inferior. Un medio de comunicación no puede, mejor, no debe plegarse a la corriente marcada por la política. El “botafumeiro”, cantor de las excelencias de una corriente o un individuo, pierde credibilidad. Y lectores, oyentes o espectadores, tienen su reverso en la publicidad. Para empezar, cuando pierde credibilidad pierde sentido, el “botafumeiro” deja de minimizar el hedor. Pierde interés para quien más interesado estaba. Mucho más para quien, al castigar al mando intermedio, la paga con cuanto tenía a su alrededor. No intenten comprenderlos, los políticos son otra especie.

No hace falta nada más. Que una mañana el medio olvidara la “loa” diaria, es “pecado” suficiente. Y la pérdida de un medio de comunicación siempre es un drama. Humano, porque lo trabajan seres humanos. Cultural y de opinión porque una voz se apaga. Aunque fuera negativa. Que el medio puede cambiar sólo cuando existe. Cuando alguien se presta a servir al poder político, debe ser consciente de lo efímera que puede ser su vida profesional. Más aún cuando el “servicio” se dirige a gente o entidades con métodos mafiosos. La “familia” es demasiado importante para que alguien se asome a la ventana sin permiso. La ejecución puede ser el despido, no contratar a un profesional o negar a un medio el derecho a subsistir. La utilidad, entonces, es secundaria. Lo que cuenta es la disciplina, la sumisión.

En todo caso, un drama. Siempre atentatorio contra el Derecho, el respeto, la democracia, la libertad. Un monumento a la arbitrariedad y el totalitarismo.

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