Notas de un lector

La poesía es un dilema

Ramiro, cantante, compositor, galardonado con premios por su labor como cantautor y con tres poemarios a sus espaldas, reedita ahora “Rojo Chanel”

En sus “Fragmentos de un discurso amoroso”, Roland Barthes explica como todo episodio amoroso está dotado de un sentido:“Nace, se desarrolla y muere, sigue un camino que es siempre posible interpretar según una causalidad, o una finalidad”.
Al cabo, el ensayista francés, quiere resaltar lo peculiar de cada episodio amatorio e incide en que no siempre hallamos en él la respuesta a un enigma, a una alteración repentina o a una pasajera pasión; a veces, no es más que una mudanza del estado del alma, transitoria o duradera, pero que puede llegar a considerarse y justificarse de manera razonada. O no.Y no es intención de este crítico llevar gratuitamente la contraria al reconocido escritor galo. Pero la lectura de “Poemas de infancia mal curadas” (Aguilar. Colección Verso&Cuento. Madrid, 2017) de Luis Ramiro, me permite contradecir el postulado barthesiano.

    Ramiro, madrileño de 76, cantante, compositor, con cuatro discos editados, galardonado con premios por su labor como cantautor y con tres poemarios a sus espaldas, reedita ahora el que fuera su segundo libro “Rojo Chanel”.En esta ocasión, hay diez poemas inéditos y otros textos, los cuales completan y complementan un atractivo volumen.

    Hay en el decir de Luis Ramiro una pulsión clásica, una veta costumbrista donde se aúnan sabiamente una precisa tonalidad rítmica y una temática tradicional. Mas en la personal y solidaria manera de hilvanar su discurso radica su certero cántico.
Sus versos se orillan desde una escritura directa, sin ambages, y recorren de forma cómplice los territorios comunes del ser humano. Versos que pueden ser canciones; canciones que pueden ser poemas, porque, en fin, su mensaje se expande y se abriga al hilo de cualquier lector que, a buen seguro, podrá reconocerse en alguno de estos textos donde la razón se alza como manifiesta enemiga del corazón.

Hay en este inventario lírico un buen número de sonetos. Sorprende gratamente que, tan controvertida estrofa, tenga sitio de honor en sus páginas. Luis Ramiro la moldea y la domina con rigor. En su “Reflexión Final” confiesa: “El gran reto es cumplir esas dolorosas y exigentes reglas, obedecer la forma, pero haciendo que prevalezca el contenido”. Y, en verdad, leyendo sus sonetos, no parece que el vate madrileño sufra con los rigores formales de los mismos, pues su discurso fluye equilibrado, armónico y verdadero: “A mí ya me pasó y no me arrepiento,/ el fuego de los versos, cuando quema,/ es algo que se aviva con el viento./ Ya sé que la poesía es un dilema,/ un arte que me roba lo que siento./ La vida, bien contada, es un poema”.

Ramiro dota a sus textos de ironía, remembranzas, anhelos, dichas, sombras, tristuras…, tamizados, todos ellos, por entrañables escenarios, por reconocibles protagonistas. De esa forma, su verbo se torna refugio, unánime palabra que deriva en un discurso que sirve de desahogo al yo: “Nunca debí permitir/ que me lo diera todo./ Debí intuir que,/ al marcharse,/ irremediablemente/ iba a dejarme sin nada”.

Un libro, a fin de cuentas, herido de amor y nostalgia, cosido al alma de quien cree sinceramente en el poder balsámico de la poesía. Y en el fervor de la vida: “Lo bueno que vendrá es lo que me importa,/ más libros, más canciones, más amores,/ espero a mi futuro, a ver a qué aporta”.

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