Notas de un lector

Cuaderno de crepúsculos

Los once poemas que conforman este bello cuaderno, vienen signados por esa citada “claridad”, que se acuesta y se abriga de manera cálida a la memoria.

El nuevo diccionario de la RAE, ofrece tres entradas para definir la palabra crepúsculo. La primera de ellas, dice así: “Claridad que hay desde que raya el día hasta que sale el Sol, y desde que este se pone hasta que es de noche”. Y la segunda, reza: “Tiempo que dura esta claridad”.
Ambas acepciones, me son igual de válidas y próximas, para dar cuenta de la realidad que enmarca el reciente poemario de Enrique Barrero Rodríguez (Sevilla, 1969).

     Publicado en la notable y límpida Colección de Poesía de la cordobesa Ediciones Detorres -que con tanto esmero y empeño alienta Calixto Torres-, “Cuaderno de crepúsculos”, significa la decimocuarta entrega del vate sevillano.
Tres años después de que viera la luz su último libro, “Los héroes derrotados” -galardonado con el Premio “Paul Beckett- Enrique Barrero vuelve a dar muestras de la honda sinceridad con la que afronta el ejercicio poético.Dominador de las formas y tonalidades métricas, su verso fluye sereno y humano, a la par que roza con precisa emotividad una temática cómplice y corazonada.

     Los once poemas que conforman este bello cuaderno, vienen signados por esa citada “claridad”, que se acuesta y se abriga de manera cálida a la memoria.
El poema que sirve de pórtico, “Crepúsculo de infancia”, no es sino una declaración de intenciones sobre el papel predominante que la remembranza del yo poético ostentará a lo largo de este íntimo mapa de sentimientos: “Sucede a veces que la infancia deja/ asido el corazón a un escenario,/ una voz, un recuerdo, una ventana/ y el corazón regresa sin remedio,/ una vez que los años sofocaron/ la llama frágil de aquel gozo intenso”.
La figura de la abuela, “ahora/ en la niebla difusa de los años”, el ayer de las “noches de verano” y de inocencia, la luz antigua de una casa en la que “esperan/ los rostros familiares”, el agua clara y compañera de una cala “que emergía/ entre crestas de roca”, la quietud de un río “que ya no bebe el sueño en la corriente”…, van conformando esta geografía personal, en donde el poeta va ajustando cuentas con la verdad pretérita, con la humana apuesta de un presente que quisiera ser durable: “Hoy sin embargo a solas pido tregua/ a este cuerpo que siento que envejece,/  mas que por vano apego hacia la vida,/ por todos estos versos que quisiera/ que acaso florecieran pues han sido/ la razón de mi lucha y de mi  esfuerzo”.

     Versos de hoy, al cabo, para un futuro que camina hacia el alba de los días, y en los que Enrique Barrero se sabe sucesivo y generador de una lírica que dialoga sabiamente con el lector, que camina serena de su mano y de su verbo, porque desde la pureza de su palabra no cabe sino la esencia de la autenticidad.

     “Este camino/ ya nadie lo recorre/ salvo el crepúsculo”, dejó escrito hace ya más de cuatro siglos Matsuo Basho.
La luz que alumbra este sendero de versosplenos de certidumbre, invita a adentrarse, una y otra vez, por las veredas de una poesía muy bien dicha y muy bien hecha. Y tan necesaria como la esperanza que aguarda “…tras la sed de los ocasos/ el nuevo amanecer de un sol distinto”.

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