Bajo el título de “Animal Impuro (Poemas reunidos)”, (Fundación José Manuel Lara. Vandalia. Sevilla, 2015), se recogen algo más de doscientos poemas de Adolfo García Ortega. Este vallisoletano del 58, escritor, editor, traductor y articulista, es, a su vez, autor de una amplia obra narrativa y poética.
Ocho poemarios conforman la totalidad de su corpus lírico. Desde que, en 1983, viera la luz, “Esta labor digital”, hasta que en 2011 editase “Nuestra alegría”, estos otros seis libros, “Una mirada que dura” (1986), “Oscuras razones” (1988), “Los hoteles” (1993), “La ceniza del paraíso” (1997), “Travesía” (2000), “Te adoro. Kafka”, han conformado su equipaje poético.
Tres décadas, al cabo, que en palabras del propio escritor dan “por cerrado un ciclo”; yquien, además, confiesa: “soy un poeta raro que alimenta su rareza con silencio”.
Alto y claro, no obstante, llegan al lector estos textos, donde el tiempo ocupa un lugar preeminente, y el cual, se convierte-al hilo de estas páginas-, en metáfora del “animal impuro” que se esconde bajo la piel de cada ser humano: “Escribir en el tiempo/ el poso,/ la iniciativa sensible/ crear de nuevo claridades por el tiempo breve/ destiladas/ a modo de consecuencias”.
Sin retoricismos ni artificios lingüísticos, García Ortega es consciente de que su decir se basa en la hondura y cercanía de un mensaje cómplice. Sus escenarios, sus paisajes, sus protagonistas, surgen desde una realidad cercana y palpitante. Y así, lo amatorio (“Quisiera retener, amor, este instante de la noche/ aunque tú no estés cerca/ para contártelo…), lo mortal (Nada soluciona/ contar lo que nos pesa,/ lo sabes como sabes/ qué calle será/ la que te busca/ para morir”), lo pretérito (“Así evocas, durante un minuto inmóvil,/ desgajado, intenso, mirando la pared blanca/ de un cuarto con la cama deshecha,/ las tardes de verano en otro país/ más agreste, donde la vida era/ casi eterna”…), se alinean para ir conformando un atlas del ánima.
Anota Martín Casariego en su prólogo, que la poesía de García Ortega“tiene múltiples significados, todos estimulantes”. Y cabe añadir que, tales estímulos, nacen desde una narratividad que deviene en ulterior esencialismo. Ajeno al sorpresivo giro literario, al ficticio requiebro lírico, su discurso se cobija en la autenticidad de quien dialoga cara a cara con la vida, con la solitaria verdad que late próxima al corazón: “Un corazón, un corazón calmado/ sabe que espera, recordando, abrir,/ paisajes interiores donde vivir podría ser hermoso,/ y cuando llega, afilado lenguaje,/ herimos más la mano que su huella”.
Sabe el vate castellano que su verso no es sólo oficio, sino destino, que no es sólo razón, sino conciencia, y con esas sugeridoras herramientas vertebra un cántico que se apoya en un sabio ritmo versal, en una música acordada que ayuda a acompasar la lectura a un tempo de calma espiritual, donde la certidumbre de sus impresiones se convierten en concretas y solidarias.
En suma, una compilación personalísima y muy recomendable, para saborear bajo la viva lumbre que desnuda la primavera: “Vayamos entonces, tú y yo,/ hacia la levedad de un día brumoso/ como la vida,/ salgamos de casa y andemos/ por las calles dulcemente húmedas,/ con ligero sabor a decorado de cine/ e irrealidad”.
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