Notas de un lector

Presencia de María Mercedes Carranza

Torremozas edita en su ya veterana y prestigiosa colección de poesía femenina “Vainas y otros poemas”, de María Mercedes Carranza

Ocurre en las artes y en la letras que, cuando una figura relevante inicia un saga, una descendencia que en su hacer le sigue, la referencia a quien le diera relieve y apellido, resulta obligada. Cito, por rápido ejemplo, a un Bach en la música, a un Brueghel en la pintura, a un Panero en nuestra poesía. Y lo apunto, tras leer el libro de María Mercedes Carranza, “Vainas y otros poemas”, que Torremozas edita en su ya veterana y prestigiosa colección de poesía femenina.

    Porque María Mercedes era hija del colombiano Eduardo Carranza, poeta grande, a quien tuve la suerte de conocer en mi adolescencia, a través de mis padres que le trataron, y con él viajaron más de una vez por la amplia y lírica geografía española.

     Escribo “era”, porque María Mercedes Carranza, nacida en Bogotá en mayo de 1945, se quitó la vida en julio de 2003, poco después de cumplir los cincuenta y cinco años. Su semblanza, que abre la reedición de estos poemario, el primero que publicó (1972), aparece firmada por Luzmaría Jiménez Faro, nuestra añorada amiga y alma de esta colección, que se nos fue de repente hace apenas un soplo. Del trance final de la poetisa colombina, Luzmaría escribe: “Madrugada. 11 de julio de 2003. María Mercedes Carranza se despide de la vida ingiriendo pastillas y whisky. Junto a ella, un libro de poemas de su padre”. Estremece leer los versos que fueron grabados en su lápida, pertenecientes a su poema “Oración”: “No más amaneceres ni costumbres,/ no más luz, no más oficios, no más instantes./ Sólo tierra… tierra y olvido”.
(Cabe recordar que Luzmaría había incluido el nombre de la autora colombiana en “Poetisas suicidas y otras muertes cercanas” (Torremozas. Madrid, 2014),  un singular volumen donde recogía las dolientes biografías de un amplio grupo de poetisas cuyas muertes fueron tristes y trágicas)

     Además del que comento, la malograda poeta dio a la imprenta otros tres libros: “Tengo miedo” (1983), “Hola, soledad” (1987) y “Maneras del desamor” (1993). Con razón dice su prologuista que “analizando los títulos de sus libros podemos detectar su angustia de vivir”. Por esto me sorprendió siempre el título del libro que me mueve a escribir. Porque, salvo algún que otro texto, menos trascendente en apariencia (v.g., “El silencio”), sus poemas revelan las esquinas oscuras del alma de la autora (“ahí están ahí/ me miran las sombras”). En labios de sudamericanos, la palabra “vaina” parece indicar “tontería”, “estupidez”. No me hables de esa vaina”, por ejemplo. El DRAE, como americanismo, lo cifra en “contrariedad, molestia”. Hay desdén en la intención expresiva de María Mercedes Carranza, escepticismo acaso. Pero su primer poema lo encabeza este verso de Borges: “Otro cielo no esperes, ni otro infierno”.

     En unas “palabras previas”, Melibea Garabito Carranza recuerda que, con este libro, la autora “rompió los paradigmas paternos” y dio a conocer su propio manifiesto, “su manera de entender la poesía”, a la que siguió fiel de por vida: “Sé muchas cosas alrededor/ de mí. Sé que yo no me visto/ de crespúsculos para dormir (…) Me basta con que el cielo siga/ todos los días”

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