Hay una pregunta que seguro que todos nos hemos hecho estas elecciones, ¿por qué son tan malos los rivales del alcalde? En la sexta ciudad de España, el casting de candidatos es sin duda bastante flojo. Y no es un fenómeno aislado, en la política regional y nacional también vemos los mismos perfiles terriblemente mediocres en los candidatos. Los partidos parece que son incapaces de ofrecernos gente con valía, o al menos con algo de carisma o interés. Todos parecen el sustituto del sustito del sustituto de uno que pasaba por allí.
Y yo me niego a creer que no haya nadie mejor en Málaga que quiera ser alcalde, es imposible, pero el problema es que la política los ahuyenta. En vez de funcionar como un atractor de talento, funciona como un repelente. Y este es un hecho que ya resulta innegable, pero que no nos decidimos a afrontar. Ninguno de nuestros líderes nacionales, por ejemplo, ha aprobado nunca en el CIS. Nunca. ¿Y por qué tenemos líderes cada vez peores? La causa no puede ser ya el funcionamiento interno de los partidos, que en su mayoría han asumido las primarias. El problema quizá sea que ellos mismos han convertido la política en tal ciénaga maloliente que nadie quiere ni oír hablar de mezclarse con eso. Lo cual constituye además un círculo vicioso, porque cuanto más maloliente es la ciénaga, peores son los que se aventuran en ella y por tanto peor aún la ciénaga.
¿Cuántas personas han rechazado esta vez ir de número 2 con De la Torre? Ya ni se cuentan. Pero, sea por lo que sea, el caso es que cada vez sentimos menos aprecio, si no más desprecio, por lo que votamos. Una gran democracia debe progresar o pronto dejará de ser o grande o democracia, decía Roosevelt. Y esta degradación de los cuadros electorales no sé dónde nos llevará, pero desde luego no parece que vaya a ser hacia delante.
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