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La Taberna de los Sabios

Orillados por la historia que no cesa

Fuimos centro y ahora periferia. Desde entonces, la historia nos desplazó y el poder se mostró esquivo con nuestra tierra

Publicado: 19/12/2018 ·
09:26
· Actualizado: 19/12/2018 · 09:26
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Autor

Manuel Pimentel

El autor del blog, Manuel Pimentel, es editor y escritor. Ex ministro de Trabajo y Asuntos Sociales

La Taberna de los Sabios

En tiempos de vértigo, los sabios de la taberna apuran su copa porque saben que pese a todo, merece la pena vivir

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Nunca fue posible la paz; desde que somos, nos hicimos guerreando. Tribu contra tribu, poblado contra poblado, reino contra reino, imperio contra imperio e ideología contra ideología, la historia de la humanidad se forjó con hierro, sangre y fuego. La Guerra Fría, que terminó con la implosión de la URSS, fue la última gran guerra conocida. Nacía entonces el Nuevo Orden mundial, con EEUU como estrella refulgente y única, cabalgando el potro de sus ejércitos y empresas tecnológicas. Fukuyama parió aquello tan osado del fin de la historia, pero la historia, esa vieja partera astuta e indiferente, se encargó bien pronto de desmentirle. El devenir histórico continuó, como no podía ser de otra manera: la historia jamás cesará mientras una sola persona habite este planeta que nos hizo. Nos adentramos entonces en lo que vino a conocerse como globalización. De ese mundo abierto, sin fronteras para las mercancías, emergió una nueva e inesperada superpotencia, China, hasta mesarle las barbas al mismísimo Tío Sam.

Estrategas, lobbies, cátedros, linces de la geopolítica y congresistas americanos diagnosticaron la situación y emitieron un doloroso veredicto: China ganaba la guerra de la globalización. O hacían algo o en pocos años les superaría. Y se pusieron en marcha. Encontraron en Trump al líder brabucón que rompería las hostilidades. Y bien que lo hizo. Atacó a China donde más le duele, en el comercio que les hace ricos y crecientes. En vez de misiles, aranceles; en vez de trincheras, fronteras. Y la cosa ha ido a mayores con la detención de la heredera de Huawei, el coloso tecnológico chino. Occidente teme al Lejano Oriente y pone trabas y límites en sus adquisiciones de empresas. Quién nos vio y quién nos ve, comprados por quienes hasta hace dos días despreciábamos.

La historia gira y gira. Ayer, EEUU contra la URSS, hoy EEUU contra China. Mañana, ya veremos. Desde nuestra orilla de la historia, tenemos el espectáculo asegurado. Porque, ni España, ni, mucho menos aún, Andalucía, estamos en el centro de una historia, que, hace muchos siglos ya, nos marginó. Pero no siempre fue así, hubo tiempos en los que fuimos centro. El pulso de la historia se tomó en Andalucía cuando Roma se jugó su futuro. Julio César y los hijos de Pompeyo libraron las últimas y decisivas batallas de la larga guerra civil que desangró a la todavía República romana.Munda decidió la partida y Julio César regresó triunfante a Roma para proclamarse dictador perpetuo.

Andalucía fue centro de la historia cuando su califato, desde Córdoba, construía mezquita mágicas y ciudades de almendros en flor. Medina Azahara fue un fugaz asombro, un clavel pisoteado por quienes antes lo regaron. Al Ándalus iluminó con la luz de sus sabios el occidente y el oriente. Su poderío se extinguió y sólo nos queda el recuerdo y calor de sus rescoldos.Andalucía también fue centro de la historia cuando España se volcó en América. En Granada acordó Isabel la Católica los negocios marítimos de Ultramar con Cristóbal Colón. Desde Palos de la Frontera salieron las tres carabelas hacia los abismos de lo desconocido, desde Sevilla se organizó la Flota de Indias que regó de oro, iglesias y palacios a la Híspalis secular.

Fuimos centro y ahora periferia. Desde entonces, la historia nos desplazó y el poder se mostró esquivo con nuestra tierra, esquinada por los avatares históricos. Hemos cambiado poco. Tierra de riqueza agrícola proverbial, seguimos ordeñando los olivos generosos que los romanos ya explotaran. No en vano existe en Roma un monte, el Testaccio, elevado por los restos de las ánforas béticas. Seguimos extrayendo el cobre de las entrañas de Sierra Morena desde aquella remota minería tartésica que forjó un reino de leyenda. Nuestros músicos y artistas asombran al mundo, en recuerdo de aquellas bailarinas gaditanas a cuyos pies se rindieron los próceres romanos. Sólo el turismo, nuestra savia nutritiva, se nos antoja nuevo, frente a tanto y tan viejo conocido.

Orillados por la historia, sabios por viejos, alegres por descreídos, observamos la enésima gran contienda de la humanidad, que, entre fronteras y aranceles, libran americanos y chinos, los colosos del siglo.

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