La Iglesia y el aborto

Era el último día de su primer año de colegio. Con sus 6 años recién cumplidos, María salió del colegio con la cara triste, miraba de reojo a su padrastro, mientras besaba con desgana las mejillas de su madre...

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Era el último día de su primer año de colegio. Con sus 6 años recién cumplidos, María salió del colegio con la cara triste, miraba de reojo a su padrastro, mientras besaba con desgana las mejillas de su madre. Durante todo el trayecto hasta su casa nadie dijo nada. Entró en su casa, dejó su pequeña maleta en el suelo y se fue tras su madre, a jugar sobre la mesa de la cocina.

En el fuego, una cacerola escupía salsa de tomate entre bocanadas de humo mientras una cuchara de madera la removía mecánicamente. Con la mirada perdida, la madre de María miraba hacia ella sin verla, sentía que la culpa le quemaba en la boca del estómago. Cogió la cuchara y sorbió mientras se le escapaba una lágrima.
El silencio era espeso, casi irrespirable, pero pacífico, no había miedo, hasta que llego él. Lo hizo bruscamente, sin avisar, y ambas volvieron la mirada, como si se sintiesen más seguras sin verle. Casi sin mediar palabra, aquel hombre la mandó a su cuarto y se fue tras sus pasos. Tras la puerta de aquel dormitorio, las primeras caricias la arañaron como alambre de espino, los primeros besos le quemaron como el mismo infierno y descubrió que el amor es tan sucio como doloroso.

Han pasado tres años y fruto de aquellos sucios momentos, María está embarazada. Tiene 9 años, mide 1.33 metros y pesa 36 kilos, debería estar en tercero y jugar con muñecas, y sin embargo Dios ha querido que un hijo de puta la deje preñada de mellizos y que se juegue la vida por seguir sus designios.

Sin embargo, su madre ha mirado a Dios a los ojos y le ha dicho que no, que prefiere pudrirse en el infierno que ver reventar a su hija como un triquitraque, porque su cuerpo es el de una niña y no el de una mujer. Y María, ha abortado.

Y claro está, a la Iglesia esto no le ha hecho mucha gracia. Dicen que aunque María fue violada injustamente –por lo visto hay violaciones justas– los gemelos tenían derecho a vivir, de igual forma aseguran que las leyes divinas están por encima de cualquier ley humana. Y como consecuencia han excomulgado a la madre y al médico que la asistió.

Esa misma Iglesia, pero con otra bandera en su pendón, ha sacado ahora una campaña, que les va a costar una pasta gansa, en contra de la reforma de la ley del aborto. Esgrimiendo que estamos más sensibilizados con la extinción del lince que con la de los niños.

La verdad es que comprendo que en la casa de Dios no esté bien visto el aborto, ni los gays, ni el divorcio… pero de ahí a excomulgar a alguien por salvar la vida de su hija, aun a riesgo de condenar su alma, va un trecho. Ya podían hacer la vista gorda como en el caso de algunos sacerdotes pedófilos y otros asuntillos de turbio proceder. Y es que no se puede tener un doble brasero, o todos moros o todos cristianos. Cuando la Iglesia se entere que estamos en el siglo XXI, quizás entonces, vuelva a recuperar algo del terreno perdido a lo largo de estos últimos años, donde afanados a una doctrina del Pleistoceno dan más palos de ciego que José Feliciano, respaldados tan sólo por los palmeros de turno. Y sobre todo, tienen que aprender que ellos tienen que estar por encima de la situación, sin entrar al trapo como normalmente hacen. De hecho, ¿ha excomulgado la Iglesia al asesino de Mari Luz? ¿Y al de las niñas de Alcácer? ¿Y a tantos y tantos hijos de puta que se saltan la ley de Dios con premeditación y alevosía? Porque, curiosamente, al padre de María no lo han excomulgado.

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