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Cuatro generaciones

El abuelo, a los mandos del cochecillo, empujaba el carrito del nieto, María Auxiliadora arriba, al lado de su esposa. Su hija, la madre del bebé, sujetaba firmemente del brazo a la bisabuela del chavalillo, apoyada en su bastón. Cuatro generaciones se manifestaban juntas.

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Caminaban cogidos del brazo. El abuelo, a los mandos del cochecillo, empujaba el carrito del nieto, María Auxiliadora arriba. Su hija, la madre del bebé cuyo futuro pende del delgado hilo de las decisiones macroeconómicas de la Banca Internacional, sujetaba firmemente del brazo a la bisabuela del chavalillo, apoyada en su bastón.

Toda la familia, junta, desfilaba a su pausado paso en la cola de la manifestación que recorrió nuestra villa el 14N para protestar contra los recortes rajoyanos, antes zapateriles, convocada por ese Bloque local que está superando, a través de la unidad, las proverbiales diferencias entre las organizaciones progresistas. Más de mil roteños unidos -estos, sí- en una protesta común.

“¿Y qué hacemos, si no, más que protestar?”, comentaban a coro cada vez que nos deteníamos para recuperar el resuello. En una población sobre la que muchos manifiestan su escasa solidaridad, crítica de la que no comulgo porque me resulta superficial el análisis del que la deducen, encontrar en la calle este ejemplo ambulante de unidad de criterios, esta unanimidad consecuente a través del esfuerzo adorable de una bisabuela tan achacosa como repleta de determinación ciudadana, me resultó emocionante. Supe, al instante mismo de compartir sus argumentos, que estamos transitando por el buen camino. "Por éste lo hacemos", decía la orgullosa abuela señalando a su nieto, que sonreía mirando a un globo que bailaba ante sus narices.

No les pregunté su nombre, mis reflejos periodísticos ninguneados por la admiración que estas cuatro generaciones juntas me provocaba, pero allí permanecí, a su lado, sin corear las consignas, hablando bajito, aprendiendo y acaso buscando contagiarme de su claridad y su resolución. Por el niño lo hacían. Por su futuro incierto. Por esa esperanza -cada vez más frustrada- en un mundo mejor y más solidario.

Camino de la plaza del Triunfo se marcharon para su casa, tan discretamente como se habían incorporado, casi pidiendo permiso, casi preocupados por abandonar la cita, casi infelices por dejarnos solos. Les acompañé, con la mirada, hasta que los perdí de vista. Feliz.

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