Ante un nutrido auditorio presidido por la ministra de Cultura de Austria, Claudia Schmied, y su par española, Angeles González-Sinde, Marías agradeció que, con el premio, su nombre se agregue al de otros ilustres ganadores a los que admira, como el poeta Wystan Hugh Auden, el novelista Italo Calvino y el dramaturgo Eugene Ionesco.
La obra de Marías (Madrid, 1951), fue calificada de “maestra”, capaz de “expandir la conciencia del lector” y dotada de una prosa “digna de ser leída en voz alta, como un poema”, según el encargado del discurso de encomio, Alexis Grohmann.
La ministra austríaca le agradeció haber “poblado con algunos personajes memorables el continente literario europeo, como Teresa Aguilera, de Corazón tan blanco; Peter Wheeler, de Tu rostro mañana, y Cromer-Blake, de Todas las almas”.
Y González-Sinde arrancó las risas de los asistentes al recordar “la rara oportunidad” que como ministra tenía para hablar de Marías, ya que éste no aceptaba premios estatales españoles.
La responsable española le transmitió “el orgullo y la admiración sincera de millones de españoles que le siguen y le quieren”, y le agradeció “por contribuir de forma tan significativa a construir la europa contemporánea basada en la cultura”.
En su intervención, el escritor comenzó por ironizar sobre la pretensión de los escritores jóvenes por ser “casi únicos, más que un miembro intercambiable de una generación” para finalmente acabar reconociendo que “lejos de ser únicos, tenemos mucho en común con nuestros predecesores y con nuestros contemporáneos”.
“Nada irrita más a un escritor que aquellos críticos, profesores y comentaristas culturales que insisten en etiquetarlo o contextualizar lo que hace o en establecer vínculos entre su obra y la de otros contemporáneos”, afirmó el escritor.
“En describirle como realista, histórico, o escritor literario, esa tautología absurda que se ha convertido tan popular en nuestro estúpido tiempo. O como escritor posmoderno, algo que nunca he sabido qué significa aunque, por fortuna, está cayendo en desuso”, dijo.
El autor de Los enamoramientos reflexionó sobre la soledad que el escritor necesita, en parte elegida y en parte porque carece de alternativa, para acabar un libro que cuando haya finalizado será “una gota en el océano”.
También sostuvo que “el escritor sabe que el país en el que ha nacido y la lengua en la que escribe, aunque importante, es sólo secundaria. Incluso hasta un punto accidental”.
Y con sarcasmo agregó que “la lengua es un vehículo, una herramienta, nunca un fin en sí mismo (...) No es un factor determinante, quizá sólo para algunos escritores ornamentales que, por ejemplo, en español, parecen esperar que los lectores griten olé después de cada frase explícitamente elegante”.
Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es