Yo soy Fernando Santiago

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No se trata de quedar bien, ni siquiera de aquello de que lo cortés no quita lo valiente, es que sinceramente me parece una salvajada injustificable la agresión sufrida por el presidente de la Asociación de la Prensa de Cádiz, Fernando Santiago, con el que como muchos saben no tengo precisamente una relación de amistad. Y si en alguna ocasión he comentado que no me gusta que me comparen con él, en esta ocasión, y lo digo de verdad no porque sea bonito decirlo, por favor que comparen, que si alguien piensa que la violencia es la forma de expresarse en esta sociedad, pues aquí estoy yo para recibir las mismas hostias que le quieran dar a él o a cualquiera que quiera defender sus ideas con independencia de lo que diga o piense.

E, insisto, no intento quedar bien ni con él ni con nadie, ni intento provocar que otro ex de Delphi decida tomarse la justicia por su mano (sobre todo porque soy la mitad que Santiago y le llevo más años, por lo que las hostias dejarían más huella en mí que en cualquier otro), es que sólo desde la unidad de todos los periodistas --al margen de diferencias sobre cómo pensar o incluso cómo y de qué escribir-- se puede poner freno a este sinsentido que parece que cada vez está más instalado no ya sólo en esta ciudad, sino en todo el país.

Porque la agresión a Fernando --y me dan igual los motivos, las historias que haya detrás o los comentarios de mucha gente que mejor harían en metérselos donde les quepan, porque lo que sí tengo muy claro es que ha sido por ser periodista y opinar libremente-- puede no ser la primera, ya que desde hace tiempo se nota en el ambiente un cierto odio o sensación de rechazo hacia los periodistas, hacia todos los periodistas, como si nosotros fuéramos los culpables de la situación por la que atraviesan muchos colectivos.

Y no han sido sólo los ex de Delphi, que también se han caracterizado por su desprecio a los compañeros, sino muchos otros colectivos que cuando han visto a los periodistas han arremetido con insultos (todavía me acuerdo de un video que colgamos hace un tiempo en nuestra página web en el que se le oía a un delegado sindical hacer comentarios insultantes a un compañero cuando sólo había ido a cubrir el acto que ellos mismos habían convocado), amenazas y ‘advertencias’ a los fotógrafos sobre “a ver qué fotos sacas mañana en el periódico”.
Han sido muchos casos, sin que ninguno llegara la sangre al río, es cierto, pero que han ido preparando el escenario para que ahora uno de ellos decida solventar sus diferencias con Fernado Santiago con dos hostias. Y lo peor es que en ningún caso --y aquí entono también la parte de mea culpa que me corresponde-- hemos sabido responder a todas esas amenazas como colectivo. Todos los medios, sin excepción, hemos mirado hacia otro lado, pese a que las quejas de nuestros compañeros han sido más constantes de lo que sería deseable, y no hemos sido capaces de dar una respuesta unánime a quienes nos consideran sus ‘enemigos’ por el simple hecho de informar y también, por qué no decirlo, de opinar.

Cada vez parece que hay más gente que cree que la única verdad es la que ellos defienden y no aceptan no sólo que se le rebata, sino simplemente que no se les apoye. Entiendo que estamos en una época de crisis, de muchos problemas personales y especialmente laborales, que los ánimos están más encendidos de lo que sería deseable y que este tipo de situaciones lo que provoca es más tensión que sosiego, pero de ahí a aceptar que se arremeta contra los periodistas --y esto no es corporativismo-- hay un abismo. Los periodistas cumplen con su función, que no es poco, guste más o menos, y se acepta esto o acabaremos todos muy mal.

Si alguien quiere buscar enemigos, que los busque en sus empresas, en su entorno o en sí mismo, pero nunca puede atacar a quienes lo único que hace es defender un derecho constitucional, como es el deber de informar, y defender su puesto de trabajo. ¿Que no les gusta lo que leen? Pues tiene la opción de leer otra cosa, que por eso hay libertad de expresión, pero insultar, amenazar, amedrentar o simplemente agredir a un periodista por decir lo que piensa es inaceptable.

Por eso, insisto, hoy (y mañana y pasado y siempre) yo soy Fernando Santiago. Seguiré pensando muy distinto a él, seguiré creyendo que las formas le fallan, seguiré pensando lo mismo que pensaba ayer, pero si hay que poner la cara para que me la partan por él, pero también por el resto de compañeros de profesión, aquí estoy.

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