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Los ?bailes alegres? causan satisfacción y un poco de hastío

Sería injusto decir que el espectáculo Bailes alegres para personas tristes no tuvo nada. Sería un error garrafal, al menos bajo el punto de vista de quien escribe esta crónica. No obstante, y pese a que se presenciaron cosas muy interesantes ?sobre todo cuando el dúo actuaba...

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  • La bailaora Belén Maya, en un instante de su actuación anoche en el Teatro Villamarta, dentro del espectáculo ?Bailes alegres para personas tristes?. -
Sería injusto decir que el espectáculo Bailes alegres para personas tristes no tuvo nada. Sería un error garrafal, al menos bajo el punto de vista de quien escribe esta crónica. No obstante, y pese a que se presenciaron cosas muy interesantes –sobre todo cuando el dúo actuaba junto sobre la escena–, el espectáculo en general no tuvo la consistencia necesaria para que dejara estupefacta a la concurrencia. Es cierto que el público sabía de antemano que el evento respondería a criterios distintos a los que se plantean habitualmente en otros conceptos más flamencos.

La obra de anoche era más bien una mezcla heterogénea de estilos, entre los cuales estaba también –y de modo destacado, claro– el arte flamenco, pero fue algo más.

Belén Maya y Olga Pericet son bailaoras y bailarinas con una formación sólida y amplia, por lo que nada de extraño tuvo la noche si en el transcurso de la misma se vieron movimentos de escuelas variopintas. Así las cosas, Bailes alegres para personas tristes depara todo el espectro de posibilidades de ambas artistas, a las que hay que calificar de grandes creadoras de conceptos nuevos, bebiendo en fuentes clásicas, contemporáneas y flamencas.

Acaso también uno de los aspectos más amables fue el hecho de que dos bailaoras se bastaran para llenar por sí mismas el proscenio del Villamarta, lo que evidencia que no es menester, en más de una ocasión, poblar el tablao de un cuerpo de bailarines que comunican poco emocionalmente hablando... a menos que la coreografía sea perfecta.

Desde el apartado descriptivo de la obra, lo más destacado son algunos pasos a dos entre ambas, en los que los movimientos son pausados, lentos, pero la intención era esa precisamente: ralentizar el ritmo para crear un áurea intimista. El objetivo, reflejar las contradicciones entre las relaciones humanas, ora muy expresivas, ora indiferentes. A modo de espejo, las bailaoras crearon momentos de magia, como el que usa el abanico envuelto en un vaporosa gasa blanca.

A los incuestionables méritos de Belén Maya hay que sumarle el de ser muy original. Eso, en un mundillo donde proliferan los epígonos de grandes genios incapaces por sí solos de hacer algo revolucionario, es una labor de gran relieve.

Al mismo tiempo, abusó del intimismo antes descrito, para dejar a veces la sensación de sopor. El cuerpo de cantaores entonó unos buenos fandangos, unas soleares exquisitas, unas seguiriyas profundas, una guajira salerosa, unos tientos cabales o unas dulces cantiñas, acompañados de dos guitarras que se adaptaron bien al conjunto de voces de la función.

En definitiva, Belén Maya y Olga Pericet dejan un regusto contradictorio y ambivalente: es verdad que sus bellos movimientos en un escenario gustan por igual a entendidos y a profanos, pero por otra, la obra debió acaso ser un poco más corta, porque cuando las ideas están claras –como fue el caso de ayer–, aunque sin una diferencia muy grande entre los minutos de la función, se aconseja ser menos extenso. No obstante, aprueba.

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