Andalucía más que verde

A vueltas con las Rebajas

No nos equivoquemos, nadie da duros a cuatro pesetas. Otra cosa es que queramos engañarnos o dejemos que nos engañen

No nos equivoquemos, nadie da duros a cuatro pesetas. Otra cosa es que queramos engañarnos o dejemos que nos engañen.

La liberalización de los periodos de Rebajas ha tenido como resultado un estado de “oferta permanente” que no corresponde a lo que se supone que se persigue con estos periodos de bajos precios. Si 300 de 365 días que tiene el año, hay carteles de rebajas u ofertas en los escaparates de las tiendas, o no son tales o nos están engañando.

Las rebajas son unas ventas a menor precio encaminadas a liquidar el stock sobrante después de una temporada comercial. Entonces, ¿cómo es posible que se sepa cual es el stock sobrante, si se ponen cuando apenas se ha empezado a vender y aún queda más de la mitad de la temporada por delante? De esta contradicción vienen algunas situaciones que se viven cada día en las tiendas, con preguntas del tipo: ¿Pero van a venir más? -no, no van a venir más porque si fueran a venir más no sería sobrante y por lo tanto no tendría sentido rebajarlos-. O ¿cómo es que no tienes ya, si las rebajas acaban de empezar? -pues por la sencilla razón de que los artículos no se compran para las rebajas, sino para la temporada, y lo que sobra es lo que se liquida-. ¡Suerte de aquél que a los pocos días de iniciarlas, ya no tiene existencias!)

¿Cómo es posible que apenas cuatro días después de iniciarse una temporada se pongan ya ofertas por periodos de semanas de 15 días o 10 días que realmente duran 20? ¿Cómo se explica, en temporada normal, un descuento generalizado de un 20%, por ejemplo, si no es porque se ha subido previamente ese mismo porcentaje?

En fin, son situaciones normales a diario en cualquier comercio que da una idea bastante clara de que las estrategias comerciales han creado un galimatías en las mentes de los consumidores, que no saben realmente cómo funcionan las rebajas. Esto lleva a una situación de desconfianza que hace que los clientes no se crean ni siquiera las que realmente son rebajas, lo que lleva, como tantas otras veces, a un pagan justos por pecadores.

Evidentemente, a este aluvión de ofertas es muy difícil responder desde el pequeño comercio. De hecho, para los más pequeños, ya es un logro conseguir que sus artículos tengan el mismo precio que una gran cadena, dado que no cuentan con los descuentos y “rapel” por cantidad. Todo esto, unido a la poca atención que se les presta desde las Administraciones, por más que se llenen la boca de apoyos que nunca llegan, y a la tremenda duración de la situación de crisis y recortes que estamos viviendo desde hace ya 10 largos años, hace que la supervivencia del pequeño comercio se antoje cada vez más precaria y desalentadora.

Está muy claro que el pequeño comercio tiene que reinventarse y adaptarse, como lo hace cualquier otro sector económico. Abrir la puerta cada día supone una lucha para conseguir que tu opción sea la elegida por el público, y son demasiados frentes de batalla los que hay abiertos. Las grandes superficies, las grandes cadenas de distribución, la compra por internet, etc. Ya  no se valora el consejo personal y el trato humano del pequeño comercio. Es más, nos hemos acostumbrado a entrar y salir de las tiendas sin ni tan siquiera saludar, e incluso nos extrañamos si la plantilla del establecimiento nos ofrece ayuda.

Pero esa adaptación no servirá de nada si seguimos con calles vacías y lucha desigual, promocionada además desde todos los ámbitos de la Administración, como si en la compra sin límite y en el consumo desaforado residiera la solución a todos los males. Males que, curiosamente, muchos de ellos tienes su origen en el mismo consumismo que nos rodea. De nuestra forma de comprar y consumir depende en buena medida la sociedad que diseñemos y, por lo tanto, la que les vamos a dejar a nuestros hijos. Si compramos a golpe de campaña de marca o a fuerza de descuentos y rebajas, estamos reforzando una sociedad consumista y desorganizada que busca la satisfacción en poseer más que en ser, y que conduce al mundo a una muerte por “insostenibilidad”.

Valoramos la cantidad en vez de la calidad, y no vemos lo que nos dan a cambio, sólo el precio que pagamos por ello, con lo que caemos a menudo en la trampa del bajo precio. Se hace urgente una campaña de apuesta por el comercio de cercanía. Pero no una campaña que consista en una nota de prensa y unas fotos en un mercado, sino una campaña de verdad, que conlleve charlas en colegios y en asociaciones de vecinos, AMPAS, y centros de barrio. Parece una obviedad, pero el buzoneo de las grandes cadenas no se puede contrarrestar con un artículo en un periódico coincidiendo con las compras navideñas.

Además hay que concienciar de lo que supone la apuesta por el pequeño comercio en todo lo que lleva aparejado: empleo, calles limpias y seguras, retorno de la inversión, trabajo de calidad, ciudades y barrios autosuficientes… Y todo ello teniendo muy en cuenta cuál es la situación de buena parte de la sociedad: una situación de carencias, estrecheces y precarización.

Está muy bien decir que hay que apostar por los productos de proximidad, de calidad, etc., pero esto no es suficiente. Hay mucha gente que no puede elegir. La opción pasa siempre por cubrir sus necesidades en el momento y no pueden pararse a pensar que gastando un poco más ahora, les saldrá más barato después, porque ahora no tienen más para gastar.

Nos preguntan cómo es posible que un kilo de fruta -o un par de zapatos, o una camiseta,…- producida de manera ecológica a tres kilómetros de sus casas valga el doble que uno producido a miles de kilómetros de forma extensiva. Y la respuesta está clara, porque ensuciar nuestra salud y nuestro medio ambiente sale gratis. Es a coste cero. Por no hablar de la complicidad en el mantenimiento de la explotación laboral que se sufre en esos otros lugares.

Dejémonos ya de poner paños calientes, sabiendo de antemano que no sirven para nada, y hagamos una apuesta clara por diseñar nuestras ciudades pensando en el beneficio que la ciudadanía puede obtener, y no en las cuentas de resultados de los grandes grupos y corporaciones industriales y comerciales.

La próxima vez que salgamos a la calle, simplemente a dar un paseo, parémonos a pensar por qué las calles ahora están más oscuras y solitarias que antes. O por qué ahora tenemos que coger el coche -o algunos afortunados el autobús- y recorrer varios kilómetros para hacer nuestra compra diaria, porque vivimos en barrios sin ninguna tienda. Empecemos a proteger un modo de vida saludable, sostenible y solidario, porque si no, no habrá vida que proteger.

David Palomino

EQUO Jaén

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