La fotografía de Fermín Rodríguez en la que aparece Alonso Núñez Rancapino y Juanito Villar ha trascendido más de lo normal. El simple hecho de que estos experimentados cantaores coincidan en un mismo escenario ya se convierte en acontecimiento, pero la cuestión aquí se centra en el gesto emocionado de Juanito al escuchar a su compadre, a su compañero de fatigas. En la imagen se puede apreciar cómo el de Cádiz se seca las lágrimas al escuchar cantar por soleá a Alonso, patriarca de una saga de las mejores que ha dado Chiclana en su historia.
La captura se ha hecho viral y de seguro será recordada durante muchos años porque Fermín relata de forma visual la identidad de un flamenco del que cada vez queda menos. Y aquí no hablamos de calidad, porque sin duda las nuevas generaciones siguen aportando momentos de gloria a este arte pero sí de estética o formas de entender esta Cultura. La fotografía a la que nos referimos pertenece a una actuación del programa que se ha organizado con motivo del centenario del Concurso de Cante Jondo de Granada (1922), que se ha celebrado el 13 y 14 del presente mes en la plaza de los Aljibes.
En esta doble propuesta han participado otros nombres de relieve como José de la Tomasa, Vicente Soto Sordera, Antonio Reyes, Jesús Méndez, Pepe Habichuela, Miguel Ángel Cortés… entre otros. Según las crónicas y comentarios, todo ha salido a pedir de boca.
Pero volvamos a la fotografía, que es quizás la información más mediática de cuanto ha acontecido en la ciudad de la Alhambra. Por un lado podemos extraer el sentimiento de fraternidad entre ambos artistas pertenecientes a una zona determinada de “cunas flamencas” como es la de Cádiz y Los Puertos, a una generación cada vez más menguada, y unidos por unos códigos y principios singulares que definen una etapa como la de los festivales.
Son muchos, se pueden contar por miles, los aficionados que han compartido la fotografía en sus redes sociales porque contiene un significado muy contundente. Es insólito ver a un cantaor llorar cuando otro canta en un escenario. La clave está en que quizás Alonso no estuviera cantando la mejor soleá de su vida, pero en el flamenco, o en el cante gitano como es este caso, la emoción es la que manda frente a la técnica. Es por ello que la instantánea transmite, como deben transmitir los cantes.
Dos nombres de una generación que, como se apuntaba, quedó huérfana de voces antes de lo previsto. Lebrijano, Camarón, Turronero, Morente, Manuel Moneo, El Torta… entre otros. Es por ello que consideramos fundamental que en más ocasiones de lo que habitualmentese viene haciendo se cuente con los que van quedando porque es necesario que la juventud tome el testigo a partir de lo empírico. La afición, esa que siempre se queja de que el flamenco ya no es lo que fue, debe encontrar la oportunidad de escuchar a estos metales preciosos experimentados en mil noches y batallas.
Seguramente no estén para ofrecer un recital de una hora, ni siquiera para recorrer un tercio del árbol genealógico de los cantes, pero sí que aportan una vivencia exquisita y son capaces de hacer viajar en el tiempo al que se encuentre perdido para que puedan discernir entre la etiqueta negra y la marca blanca. Dicho esto, tampoco estaría mal invitar a los que aplauden el conmovedor momento desde el terminal móvil a que acudan a arropar a estos "dinosaurios jondos" cuando se anuncien en un cartel cerquita de casa.
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