Sevilla, por su historia como puerta y puerto de América (la Nueva York de su época), es una ciudad universal y la Expo-92 le permitió tomar consciencia de su universalidad. Por tanto, puede decirse que desde aquel gran evento forma parte de esa simbólica Liga de las grandes urbes planetarias que están en la mente de la inmensa mayoría, sin que ello signifique dejar de valorar su conversión estos días como sede de la Cumbre Mundial del Turismo, la cual la dota de una proyección internacional añadida que hay que procurar aprovechar.
Más allá del triunfalismo oficial por el anuncio de futuribles y genéricas inversiones multimillonarias (se habla de 3.000 millones de dólares, pero no aquí, sino en el conjunto de España y sin especificar exactamente dónde), al Ayuntamiento hay que reconocerle el esfuerzo que está realizando entre los dirigentes políticos y los ejecutivos de las multinacionales presentes para la promoción de nuestra ciudad. Se ha puesto a su disposición las grandes bolsas de suelo aún libres y un catálogo con una treintena de edificios de gran valor arquitectónico que podrían ser rehabilitados para albergar grandes compañías u hoteles singulares como los que busca el turismo de alto poder adquisitivo. Independientemente de que fructifique o no en el futuro esta labor de siembra, el gobierno de Espadas ha vuelto a poner a Sevilla en el escaparate del mundo.
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