Notas de un lector

La luz de Mandela

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Hay libros que uno reserva para el periodo estival, pero cuya dulce espera generan una inquietante impaciencia. Así me ha sucedido con “El factor humano” (Seix-Barral. Barcelona, 2009), de John Carlin, un apasionante relato sobre el milagro llevado a cabo por Nelson Mandela: unir a un país tras décadas de sufrimiento, injusticia y vergonzante apartheid. Para ello, nada tan singular como un Campeonato del Mundo de Rugby, el celebrado en Sudáfrica en 1995, que consiguió convertir un esperanzado lema en vibrante realidad: “Un equipo, un país”.


John Carlin (Londres, 1956), Premio Ortega y Gasset de Periodismo en 2000, colaborador del “Observer”, “The New York Times y “El País”, ejerció como corresponsal en Sudáfrica entre 1989 y 1995 para el “Independent” británico. Allí, comenzó su idilio con este país y con la historia presenta y futura de sus gentes. Del año 2000 al 2007 trabajó en la redacción de este volumen, a través de un sinfín de entrevistas que ha vertido en un riguroso y prolijo relato que saltará, en breve tiempo, a la gran pantalla cinematográfica con la dirección de Clint Eastwood y Morgan Freeman en el papel del ex-presidente surafricano.

Mandela ingresó en la prisión de Robben Island en 1964. En 1982 lo trasladaron a una cárcel en tierra firme y en febrero de 1990 volvió a ser un hombre libre. Pero ya cinco años antes había comenzado a trazar una “revolución negociada” que llevase a la reconciliación de blancos y negros y a una paz estable y duradera. Sólo un hombre valiente y generoso, un hombre de elegante astucia e inteligente bondad como era Mandela, podía vertebrar un cambio a todas luces tan impensable. Convirtió la sed de venganza de la mayoría negra en esforzado perdón, transformó la ignorancia del afrikaner blanco y racista en espíritu solidario y común, y dio a su país y al mundo entero toda una lección de cómo conquistar el alma humana a través de un discurso pacífico y un programa de gobierno conciliador.

El 27 de abril de 1994, el partido de Mandela, el CNA, obtenía la victoria tras unas elecciones democráticas. Dos semanas después, tras sortear con sabia diplomacia mil y una dificultades y abortar un conato de guerra civil, Nelson Mandela era investido presidente. Tras cincuenta años de abusos y tiranía, Sudáfrica se enfrentaba a un reto tan complejo como ilusionante.
La celebración de la Copa del Mundo de Rugby en la primavera de 1995, sirvió como hilo conductor para unir al país. La selección nacional, -los Springboks- eran el orgullo y la bandera del poder blanco. Pero a medida que los anfitriones pasaban sus eliminatorias con trabajadas victorias, una conciencia de identidad única se iba apoderando de los surafricanos. El 24 de Junio, día de la gran final contra los All Black neozalendeses, Mandela presenció el partido ataviado con la camiseta y gorra verdes del equipo nacional. Tras el empate a 9, la prórroga concluyó con un 14-12 para los Springboks, lo que desató la histeria nacional. Al grito de “Nel-son, Nel-son”, 62.000 `personas, blancas y negras, daban comienzo a los festejos de un renovado tiempo de concordia, unidos por un solo himno y guiados por la luz casi sobrenatural de un solo hombre.

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