El debate no fue decisivo, como se anunciaba, ni siquiera entretenido. Sí fue televisado, que era lo acordado. A Canal Sur le vino bien, porque aumentó su audiencia del 8,8% de media al 13,2% durante el programa. Lo vieron 430.000 andaluces de los 6,5 millones convocados a las urnas el 2-D.
Hubo, no obstante, más andaluces viendo El Hormiguero en Antena 3 y GH Vip en Telecinco que el debate en Canal Sur. Como un 50% más en el primer caso y un 30% más en el segundo.
Los candidatos optaron, por lo general, por nadar y guardar la ropa. Tensión, prudencia y pocas sonrisas. Juanma Moreno, el candidato del PP, fue el que más las exhibió. Sonrisas profidén, en cualquier caso. El resto, gestos severos y rostros serios. Los mensajes, los mismos que habían lanzado durante la precampaña y en el arranque de la campaña electoral propiamente dicha. No hubo sorpresas ni en las broncas. A estas alturas, ya parecen habérselo dicho casi todo.
El mayor interés del debate estuvo en los encontronazos que protagonizaron los líderes de las formaciones más conservadoras. Es el precio de su condena a tener que entenderse tras el 2-D. Se enzarzaron a cuenta del papel de cada uno en la oposición y más tarde a cuenta de la corrupción y de quién iba a ser vicepresidente de quién en el Juego de Tronos que se avecina. Y Díaz, con el "bloqueo".
Moreno había acusado a Marín de ser cómplice del Gobierno socialista y el de Cs le respondió que con sólo 9 diputados, en tres años, había conseguido mucho más que el PP después de 40 años en la oposición. Luego ya vendría el "y tú más" a propósito de la corrupción que salpica a cada cual. "No me dé lecciones", se dijeron ambos.
Díaz, a verlas venir
Susana Díaz, que es la que más tiene que perder, llegó con la lección aprendida del debate de hace tres años y se dedicó a defender su baluarte. Su vehemencia la hizo perder los papeles entonces. Y el debate. Este lunes prefirió ver los toros desde la barrera, a salvo de las embestidas de los morlacos. Como si lo que en el plató de Canal Sur se discutía no fuera con ella. Como la corrupción en Andalucía.
La bronca la salpicó, por momentos, como no podía ser de otra forma en esta competición. Al fin y al cabo ella defiende un título por el que pelean otros tres aspitrantes. Algunos más, incluso, aunque sin opciones reales.
La candidata de Adelante Andalucía, Teresa Rodríguez, le echó en cara que presuma de haber creado medio millón de empleos, cuando se ha perdido un millón. El del PP le dijo que su Gobierno, en contra de lo que ella alardea, sí tiene una "mácula" en relación con la corrupción, la del "silencio cómplice". Y consiguió sacarla de sus casillas con su insistencia en que le respondiera a preguntas que la presidenta no quería responder. Pero Díaz respiró hondo, contó hasta diez y, por esta vez, no perdió las formas.
Juan Marín estuvo tenso. Serio (casi enfadado), sereno, pero tenso. Su partido, lo dicen todas las encuestas, experimentará un crecimiento espectacular en estas elecciones con respecto a las últimas andaluzas, mientras el PSOE y el PP caen con estrépito. Y Adelante Andalucía es una incógnita que se despejará en dos domingos.
El que ha sido socio de Díaz y disputa a ésta la Presidencia eligió como adversario en el debate al que tiene que ser su socio en la proxima legislatura. Quizá fue un error. No estuvo cómodo. En verdad, ninguno lo estuvo. Sus ataques fueron más virulentos contra Moreno que sus reproches a Díaz.
Juanma Moreno estuvo comedido en su discurso. Pero sólo eso, comedido. Le reprocharon, todos los demás, la corrupción del PP, como si ésta lo deslegitimara para denunciar la corrupción en otros partidos. Y acusó los golpes que, por otro lado, debía esperarse.
Teresa Rodríguez mantuvo un discurso coherente con lo que representa (aunque en el tema fiscal, quienes prometen bajar los impuestos tienen más fácil explicar su mensaje), estuvo firme en sus planteamientos, pero anduvo titubeante, insegura, como perdida, en las formas. Algo a lo que no acostumbra.
El debate no tuvo ganador. Ni ganadora. Cada candidato convenció sólo a sus convencidos. Y, como mucho, incentivaron la abstención.
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