Patio de monipodio

El primero...

..siempre es tonto. O casi. Disculpen, no va por nadie (aunque va por todos). No se trata (confiemos) de una aptitud, sino una actitud seguramente ocasional, por tanto, pasajera, limitada al tiempo transcurrido en la calzada

..siempre es tonto. O casi. Disculpen, no va por nadie (aunque va por todos). No se trata (confiemos) de una aptitud, sino una actitud seguramente ocasional, por tanto, pasajera, limitada al tiempo transcurrido en la calzada. Ocurre a menudo: el primero de la fila, distraído, es el último en observar el color verde del semáforo. Pero se extraña; como si no estuviera dando motivos, mira y remira buscando la causa de los toques de claxon, agacha la cabeza para observar la triple luz del poste… Se extraña y hasta se enfada de los avisos de otros. Son segundos, pero segundos que, sumados al número de semáforos y la cantidad de cambios cada día, llegan a sumar horas. Horas de retraso, aumento innecesario de la circulación y de la contaminación producida. Que, por cierto, quienes más saben de eso son los ayuntamientos, especialistas en forzar rodeos innecesarios y des-sincronización semafórica para sacar nervios a flote.

Si, con razón, se ha comentado otras veces la errónea y obsesiva política administrativa de ir “contra los coches” en viejo pretexto recaudatorio, con la misma razón debemos pedir raciocinio a los conductores. La calle es de todos, nadie tiene más derechos. Que, según la sociología, el coche aumente considerablemente el espacio corporal de cada individuo, no justifica que esos individuos lleguen a creerse superiores a sus semejantes. El intermitente, por ejemplo, no es un freno para los demás: es un aviso. Pero el avisador, después de avisar, tiene la obligación de esperar. Haber pulsado la palanquita no es un freno para los demás; no le da prioridad sobre los demás conductores.

Por ejemplo. Detenerse en un cruce es la mejor forma de no avanzar y cerrar el camino a quienes se cruzan. El “ansia” de recorrer un par de metros, no reduce su tiempo de viaje, pero perjudica a varias decenas o cientos de personas. El que ciertas faltas, entre ellas las citadas, no tengan asignada sanción, no autoriza a cometerlas. En todo caso, quienes sólo la multa hace obedecer, están justificando la voracidad de quien las legisla e impone. Legitiman a un Gobierno, Parlamento, DGT y Ayuntamientos, centrados exclusiva o fundamentalmente en el “trinque” insolidario, lo que les iguala en insolidaridad, incluso consigo mismos. Una Administración que ha convertido la circulación de vehículos en hábil pretexto recaudatorio, debería ser desautorizada por el civilizado comportamiento de los conductores, en vez de ser incitada por estos a buscar formas de sancionar, con su egoísta irresponsabilidad.

Las calles no deberían ser una jungla, como no debería serlo la vida, el mundo, pese a la afirmación -tan negativa como rítmica es la canción- de quienes defienden la pervivencia del más fuerte, previa eliminación del más débil. En la naturaleza el depredador, ya puede ser muy grande, no anula a los demás; porque los animales comen lo preciso, pero no guardan. Es esa diferencia, el almacenar, lo que hace más peligroso al ser humano, lo que trae la explotación de unos seres por otros. Pero no hay nada que guardar en el asfalto, como no sea el obsesivo e insano sentimiento de “ser más”. Eso es el sistema de castas y para casta ya tenemos a la clase política.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN