Patio de monipodio

Igualdad de género

Cuando hablan de “igualdad de género”, hemos de preguntarnos si se refieren al comercio...

Cuando hablan de “igualdad de género”, hemos de preguntarnos si se refieren al comercio. Si el “género” referido es el puesto en venta. Cosa altamente problemática, porque sólo podría haber “igualdad de género” en un género igual a otro. Pero este es otro tema, pues no es a él al que se refieren, aunque sea justo pensarlo. Y es justo, porque en el “género” humano, es decir, en la cuestión hombre/mujer o clasificación sexual, la igualdad, tan fácil, se hace difícil por la aplicación de medidas impuestas que, lejos de procurar el acercamiento, agrandan la diferencia entre unas y otros. La verdadera igualdad entre géneros vendrá de la madurez sociológica de todos, o no vendrá. Distinto es que determinados colectivos lancen su caña al río revuelto de la legislación, que haya quienes -pocas o muchas- aprovechen la ventaja que esa legislación les otorga, por el sólo hecho de formar parte de uno de esos “géneros”.

Decir lo que se está diciendo aquí, ha costado ya el puesto a varios jueces, entre ellos una juez de Murcia y otro de Sevilla. Y es que el Ejecutivo ejecuta sus deseos, en el sentido más dramático de la expresión; no admite discusión, porque no sabe dialogar. Menos mal que al comentarista ya no le pueden quitar más porque todo tiene un límite, mal que les pese. Que, si no lo hubieran sobrepasado, todavía estarían a tiempo… Pues, aunque salga la ya clásica excusa del “anti-feminismo”, da escalofrío el comentario oído en el autobús: “-Denuncié a mi marido y me han dado un piso. El pobre es muy bueno, pero, ¿Qué le voy a hacer?”. Las leyes anti-varón, más que favorecer están haciendo recular a los defensores de los derechos de la mujer. No se incluye aquí a quienes adoptaron la pose defensora por disciplina de partido o para congraciarse con sus altas instancias.

“M…”, un hombre con varias operaciones delicadas, cobra mil euros al mes. Su exesposa, maestra de profesión, que se separó de él “porque no quería soportar a un enfermo” supera los dos mil. Pero él está obligado a abonarle la mitad de su sueldo, porque ambos tuvieron la -después de lo visto- poco feliz idea, de traer una niña al mundo. Que esa es otra: los hijos, en España, parecen ser sólo de la fémina, como si no fuera preciso el varón para concebirlo ni participara en su crianza.

Situaciones como esta, a veces extremas, muchas otras normales -o normalizadas por la Ley de la “cuadratura del círculo”, al defender una imposible discriminación “positiva”- pero siempre injustas, están demostrando lo injusto de la propia Ley. Sería imbécil discutir la necesidad de proteger de la violencia a la parte más débil, pero ni exclusivamente ni en todos los casos, la parte más débil es la mujer. Esa, una Ley para proteger a los más débiles, sean quienes sean y no sólo de la violencia, sí que sería justa.

Porque proteger al más débil también es proteger a la infancia, a la ancianidad, a las víctimas del paro, a los miles de personas sin vivienda. Pero eso exigiría del Ejecutivo mucho más que el simple farol, el simple intento de ganarse a un colectivo y el de dividir a la gente en grupos enfrentados. Frente al dividir para dominarnos, demostraría consciencia una respuesta mayoritaria firme y consecuente.

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