Lo que queda del día

La sociedad del cansancio

No es cuestión de justificar el fracaso de la manifestación del 1 de mayo en Cádiz, pero habrá que buscar respuestas más allá de lo evidente, ya que las cifras son un desarme moral para quienes deben defender a la clase trabajadora

"La gente celebra las fiestas huyendo de ellas". La cita es de Forges y retrata en ocho palabras este pasado primero de mayo. No hace falta más. Escribía al respecto Fernando Vallespín que la fiesta reivindicativa ha perdido ya su significado original: no se reclaman nuevos derechos para la clase trabajadora, sino que tienen que conformarse con exigir que no pierdan los ya conquistados, y establecía diversas teorías acerca de la ausencia de un respaldo popular más masivo a las convocatorias de los sindicatos de este pasado jueves, de las que me quedo con la más indemostrable de todas -empíricamente-, pero, sin duda, la más arraigada en el seno colectivo, la de la sociedad del cansancio, para la que resulta inevitable hablar de su autor, el filósofo alemán Byung-Chul Han -es de origen coreano, no hay error en la cita-.

Si es de su interés, pueden indagar en la estimulante obra que ha publicado hasta la fecha: son ensayos breves y certeros acerca de las cualidades -decadentes y autodestructivas- de la sociedad contemporánea o “sociedad del rendimiento”, como también la define Han. La obra en cuestión se editó por primera vez en 2010 en Alemania y es un pequeño best seller dentro del género, traducida ya a diferentes idiomas y publicada en nuestro país por la editorial Herder.

Su autor sostiene que la “sociedad occidental está sufriendo un silencioso cambio de paradigma” -bajo el influjo de modas como el yes we can-: “el exceso de positividad está conduciendo a una sociedad del cansancio”, ya que ha derivado en la explotación de uno mismo. Este tipo de autoexplotación “es mucho peor que la externa, ya que se ayuda del sentimiento de libertad, y resulta, asimismo, mucho más eficiente y productiva debido a que el individuo decide voluntariamente explotarse a sí mismo hasta la extenuación. Hoy en día carecemos de un tirano o de un rey al que oponernos diciendo No. Resulta muy difícil rebelarse cuando víctima y verdugo, explotador y explotado, son la misma persona”.

En realidad, sí sabemos que hay alguien a quien oponernos y a quien decirle No, aunque solo lo pongamos en práctica cuando acudimos a las urnas, pero también es cierto que actuamos como inoculados por una especie de virus, que es al que se refiere Han, para describirnos como esclavos de nuestras propias aspiraciones personales y como seres de una individualidad insatisfecha.

Puede que haya otras muchas razones, más justificadas y demostrables, acerca de la ausencia de personas en las manifestaciones del 1 de mayo, pero convendrán conmigo en que hay una desconexión evidente con la clase política y sindical que no emana directamente de nuestra indignación para con los casos de corrupción que les han salpicado a ambas en los últimos años, sino también con nuestra propia predisposición a la hora de sentirnos parte de un cambio que nos limitamos a aguardar mientras seguimos cavando trincheras y fosas en las que se van depositando nuestras ilusiones y aspiraciones por un mundo mejor.

Y no puede demostrarse, pero parece evidente que hay fiestas que la gente ya celebra huyendo de ellas... camino de la playa o, simplemente, aferrado al sofá de casa, desde donde todo se ve con mayor perspectiva mientras retroalimentamos nuestro amor propio y juramos por dentro en plan Escarlata O´hara que seguiremos explotándonos para salir adelante como única solución posible ante tal cúmulo de nefastos gestores de la cosa pública y hasta de la privada.

No es cuestión de justificar el fracaso de la convocatoria de UGT y CCOO en Cádiz para celebrar el primero de mayo -tres mil manifestantes en una provincia con más de 200.000 parados y una tasa de desempleo de más del 43%-, pero habrá que buscar respuestas más allá de lo evidente, ya que las cifras son un desarme moral para quienes deben defender los derechos de la clase trabajadora y un aliento para quienes auspician políticas laborales como las que han cercenado las expectativas de futuro de tantos desempleados mayores de 45 años, al tiempo que se aprovechan las necesidades propias de una juventud huérfana de oportunidades y dispuesta a rebajarse con tal de engancharse a un trabajo.

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