Lo que queda del día

El género de la Gran Depresión

La Sexta 3 es una de las pocas cosas agradables que le ha pasado a nuestra televisión en los últimos meses. Sospecho que también puede ser de las más breves, ya que sostener un canal dedicado exclusivamente a emitir películas, en su mayoría clásicos o títulos respetables, debe resultar poco rentable, y las deudas acumuladas por el canal de Jaume Roures –“pagos aplazados” las llama él- hacen temer cualquier debacle de aquí a corto plazo, aunque ya se sabe que su auténtico propósito está detrás de ofrecer contenidos exclusivos de pago por visión a través de la tdt, como ya está haciendo con GolT. A la espera de los acontecimientos, La Sexta 3 nos está brindando este verano una serie de ciclos de lo más apetecibles, y esta semana lo ha enriquecido con una selección de musicales. Es cierto que no todos ellos son exactamente musicales, ya que el hecho de que a lo largo de una película se canten canciones, porque sus protagonistas son cantantes, no quiere decir que se cumpla con las reglas del género –ni Once, ni Backbeat, ni La Bamba, son musicales, en todo caso dramas biográficos-, pero en el listado figuran Una cara con ángel, West Side Story, Oliver, Hello Dolly y Cantando bajo la lluvia. Lo que no sé es si la elección del género es intencionada o casual. Lo digo porque el auge del musical estuvo ligado a dos momentos determinantes en la historia del siglo XX: la gran depresión del 29 y la posguerra de la Segunda Guerra Mundial, pero especialmente del primero.


La gran depresión coincidió con la llegada del sonoro a las salas de cine, después de que los espectáculos musicales de Broadway hubieran causado furor durante la década de los veinte, por lo que el cine logró acercar el género a la gran masa en un momento en el que la población necesitaba evadirse de la tragedia socioeconómica instalada en el país. Fueron los años de La calle 42 y de Busby Berkeley, en los que aparecen definidas y aceptadas las líneas maestras del musical aún vigentes hoy en día: el sentido del espectáculo y la alegría de vivir. Entretenimiento y gozo como reclamo fundamental para el espectador.

Fred Astaire y Ginger Rogers tomaron el relevo, y Gene Kelly, asociado a Stanley Donen y Vincente Minelli, lo perfeccionó hasta cotas irrepetibles, caso de Un americano en París, Brigadoon, Siempre hace buen tiempo y, por encima de todas, Cantando bajo la lluvia, excelente como musical y como comedia, excelente como espectáculo e irrepetible en su irradiante energía vitalista, puesta de manifiesto en la clásica secuencia de Singin´ in the rain. Pasarán otros setenta años y el paseo de Gene Kelly bajo el torrencial trancazo de agua seguirá formando parte de la memoria colectiva, como lo es el final de Casablanca, la bola de cristal que se escurre entre los dedos al Ciudadano Kane, Norman Bates asaltando en la ducha a Vera Miles, o el ataque de tiburón con que arranca la película de Spielberg.

Programar ahora un ciclo de musicales tiene, pues, una doble trascendencia: la del intrínseco homenaje a algunas de las mejores películas del género, y la de la propia reivindicación del cine como domador de masas: ocurrió durante la Guerra Fría con la serie B de ciencia ficción, durante los setenta frente a la sociedad de consumo con el cine de catástrofes, en la última década con el cine apocalíptico y la instalación del miedo en un mundo globalizado, y tras la Gran Depresión y la Segunda Gran Guerra con los musicales, aunque en ningún caso con la trascendencia afectiva de estos últimos, brillantes artilugios capaces de manipular hasta el más incorruptible estado de ánimo. Basta citar dos de los más recientes y artificiosos musicales creados por Hollywood –Moulin Rouge y Mamma mía- para comprender hasta dónde llega la efectividad de un género empeñado en cantarle a la vida desde el mismo éxtasis: Baz Luhrman se empeña en abarrotar cada plano de su inabarcable delirio, pero los duelos musicales de la pareja protagonista son irresistibles; la historia del musical basado en canciones de Abba es insostenible y pueril, pero quién puede negarse a sentir la enérgica implicación de Meryl Streep dando saltos de alegría sobre un colchón a sus sesenta años de edad mientras canta Dancing Queen. Una sensación a la que ni siquiera pueden renunciar los que han denostado títulos como Sonrisas y lágrimas –en un pueblo de 60.000 habitantes se vendieron más de 80.000 entradas para ver la película-, o los que ignoraron en su momentos los nuevos clásicos Disney, auténticos y brillantes musicales en toda regla, a los que ha correspondido el sustento del género durante los años en que nadie se atrevía a apostar por los musicales, tal vez porque no había motivos para hacerlos, del mismo modo que hasta ahora ningún canal de televisión había tenido motivos para hacer un ciclo dedicado a musicales de todas las décadas, ahora que necesitamos que nos alegren el día y que nos digan lo maravilloso que puede ser salir a la calle en medio de una tormenta a cantar a pulmón abierto y paragua cerrado, aunque el banco nos amenace con el embargo y no veamos el momento de volver a bajar de los tres millones de parados.

Envía tu noticia a: participa@andaluciainformacion.es

TE RECOMENDAMOS

ÚNETE A NUESTRO BOLETÍN