Notas de un lector

Los días sin rostro

Antonio García de Dionisio publica “Contraverano” (Col. Ojo de Pez), un poemario dedicado al escritor arcense Antonio Hernández

Publicado: 08/07/2024 ·
13:19
· Actualizado: 08/07/2024 · 13:19
Autor

Jorge de Arco

Escritor, profesor universitario y crítico. Académico de la Real Academia de San Dionisio de Ciencias, Artes y Letras

Notas de un lector

En el espacio 'Notas de un lector', Jorge de Arco hace reseñas sobre novedades poéticas y narrativas

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Más de una veintena de poemarios y un amplio número de galardones -“Rafael Morales”, “Pastora Marcela”, “Ernestina de Champourcin”, “Villa de Aranda”, “Juan Bernier”…-, avalan la trayectoria lírica de Antonio García de Dionisio (Ciudad real, 1942). Ahora, ve la luz “Contraverano” (Col. Ojo de Pez), un poemario dedicado al escritor arcense Antonio Hernández, y en el que el poeta manchego da muestras de su voz depurada y plena de madurez.

En su conjunto, el volumen tiene un aire de revelación, de ajuste de cuentas con un tiempo y un espacio donde la conciencia del yo permanece en constante estado de alerta. En su prefacio, Teo Serna anota: “La poesía de Antonio García de Dionisio no es fácil. Hay que mirarla con la precaución que el cazador mantiene cuando se adentra en el bosque (…) Desde la medición terca de los versos, desde el misterio, nos lleva por vericuetos únicos, por caminos no hollados”. Y, precisamente, frentea esos mismos senderos, el poeta detiene su mirada y alza su palabra para saberse terrenal y cómplice en su mensaje: “Las horas han colgado los veranos/ detrás de las denuncias y las carnes (…) Hemos visto/que el mundo va cambiando ancianamente,/ que va deteriorando los principios/ sobre la mesa fría de las órdenes”.

Dividido en tres apartados, “Metamorfosis”, “Acantilados” y “Contraverano”, los textos se suceden en una suerte de lucha permanente entre lo emotivo y lo racional; una dicotomía, al cabo, que unida a la materia amatoria sirve como nexo para hilvanar el itinerario principal en que se orilla la mayor parte del libro: “Es tiempo de encontrar en el amor,/ aquello que perdimos bajo el rostro/ de los días sin rostro. Tiempo solo, que descubre/ ese calor o nube que descarga/ su voz sobre nosotros”.

Un sabio lirismo asoma por estas composiciones de extensión variable, en donde lo metafísico se alinea con lo cotidiano, donde el enigma de la existencia conjuga con el anhelo de hacer de la palabra sólido símbolo de lo vital. Hay dicha y desamparo, hay asombro y hay nostalgia, hay lumbre y hay sombra al par de unos versos erigidos con intensidad, dadores de una verdad fieramente humana y que miran hacia el presente y hacia el mañana: “Somos el Sur del Sur (…) Hombres libres que rompan la certeza/ del color del dinero y nos hablen/ con las frías palabras que el hombre necesita/ para saber volar. Somos el Sur/ y debemos guardar la levadura/ con la que desnudamos los veranos”.

Entre estos territorios fronterizos, presentidos, se cobijan también instantáneas de un ayer (“La espadaña recorta los recuerdos/ contra el aire sin lágrimas”) que quieren alentar un horizonte de mayor esperanza. Sin embargo, aún laten los ecos pretéritos, dolientes, que marcan la acordanza de un cierto desconsuelo: “La cicatriz nos duele más adentro”.

En suma, el lector tiene ante sí un bello poemario vertebrado desde la contemplación, desde el silencio, desde una red simbólica de dudas y deseos, y que busca en su ulterior indagación “retocar la palabra en su llanura/ y no robarle al mar los acertijos/ que todos comprendemos, sin sabernos/ más allá de la ola que nos salva/ o nos destruye”.

 

 

 

 

 

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