Reúne “Luna del verbo” (Renacimiento. Sevilla) una jugosa muestra del quehacer de Ángel García López.La obra del poeta roteño,rigurosa, sugerente, reconocida con un amplio número de premios, se inauguró en la arcense colección Alcaraváncon “Emilia es la canción” (1963), y abarca, hoy día, hasta “Testamento hecho en Wátani”, (Reino de Cordelia) publicado el pasado año.
Quien esto escribe, ha tenido la fortuna de conocer desde adolescente la obra y la figura de este autor, y de compartir con él muy gratos momentos literarios y humanos. Por eso, ahora, es sumamente reconfortante releer sus versos en esta compilación seleccionada por Felipe Benítez Reyes, quien anota en su introito que “los poemas que integran esta antología no están dispuestos en orden cronológico de publicación, en un intento de componer una suerte de `libro de libros´, una especie de recorrido biográfico sustentado en referencias características de los contenidos en [su] extensa y poliédrica obra”.
Abrochar seis décadas de creación en veintiocho poemas no resulta sencillo, y, sin embargo, al dar fin al volumen, tendrá el lector la sensación de haberse enfrentado a un decir plural, homogéneo en su heterogeneidad, antropocéntrico en la vívida realidad que lo sostiene. La multiplicidad de registros, la variedad de escenarios, paisajes y protagonistas que asoman por estas páginas, constituyen el cumplido anhelo de haber vertebrado un conjunto lírico personalísimo, donde lo racional y lo sentimental no niegan la otredad de un yo que sabe mutarse, desdoblarse en sujetos que apuestan por un discurso de mascarada objetividad, de sublime formalismo expresivo: “Y que a mí se parece, con un yo muy gemelo, como un árbol a un árbol. Aunque yo no sea ese, sino aquel que yo era./ Y tal me apesadumbra, porque yo soy yo mismo, según habla el espejo donde nunca me miro para no ser yo mismo”.
En su prólogo, Ángel Luis de Prieto de Paula incide en el dilatado virtuosísimo de nuestro poeta, quien “dotado para hacer sonar todos los instrumentos de la orquesta, parece responder más a la imagen de un poeta sinfónico que de cámara”. Sin duda, la música que Ángel García López compone desde sus adentros es armónica en sus variados registros métricos.Y acompaña, fiel, en cuanto transmisora de una palabra enunciativa, identificadora de un mensaje ajeno a oropeles o vacuos requiebros verbales, cómplice y unánime en su verdad: “El Sur es un puñado de olivos y labranza/ y un sol convaleciente y enfermizo de trigos./ Apenas su tamaño mayor que una guitarra,/ el Sur cabe en un vaso de amargura y de vino./ Entero es un pedazo dolido de garganta/ desmayado en el cante como el cuello de un mirlo”.
El conjunto converge en una semánticaque alienta distintas ópticas y que, a su vez, se orilla en la semejanza de los aspectos que designa. De ahí que, el vate andaluz renombre elementos, sentimientos, reflexiones…, que derivan, finalmente, en un verboidentitario, pleno de voluntad y certidumbre. Además, los ecos de su voz no se quedan en postulados del ayer, sino que enlazan con una conciencia moderna, vigente en su propia autenticidad: “Y hoy perdido en el Este, subiendo rascacielos,/ llevando soles altos al nido de la escarcha,/ Miss Gilmoore imposible, postal de un sueño apenas,/ perdida de mi cielo, turista de galaxias”.
Una antología, en suma, de aire vitalista, profundaen su arquitectura y donde cada apariencia puede convertirse en solidario cántico, unitaria lumbre, inexpugnable llama: “Todo verso es final, es letra última”.
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