Los abuelos, quienes fueron chiquillos en las tres primeras décadas del siglo pasado, conocieron a los cinematógrafos al aire libre en sesiones mudas. La primera producción cinematográfica sonora en San Fernando se llevó a cabo en el cine Salón en 1928.
El cine fue un acontecimiento social en la que nos reuníamos para ver películas y distraernos. En mi época de niño comenzó a llegar la televisión a algunas casas. El cine al aire libre fue nuestro cine de verano.
En la década de los años 1960 contábamos con los siguientes cines: Avenida, en la plaza de toros, Marqués de Varela (cine Curro), en la calle Lezo, el primero de los llamados San Fernando, el de verano, en el Cantillo, Florida y San Carlos, en el callejón de los alambres, Carraca (el último) por la calle de su nombre y Gran Cinema Castillo, en el castillo San Romualdo. Todos solían tener un aforo entre 1.000 y 2.000 personas, excepto el San Fernando, que podía llegar a 6.000 espectadores.
El 16 de junio de 1960, en la festividad del Corpus, se inauguró el cine de verano denominado Gran Cinema Madariaga, en terrenos del que fue manchón y vecino del patio Madariaga. Aquella noche cuentan que 8.000 personas asistieron para ver la película. El Ayuntamiento fijó posteriormente su aforo en 5.000 espectadores al nuevo cine de Ballester.
La construcción fue rápida, con una imponente y hermosa fachada blanca a dos alturas en preferencia por la calle Calatrava y manchón, decorada con medio punto y celosías en grandes huecos, como si se requieran grandes ventanales para ventilación y refrescar las noches. Las puertas de las zonas de centro y escalones, cuyas paredes eran de una sola altura, estaban situadas en el manchón que hoy es la calle Profesor Antonio Ramos. En la esquina de ambas calles, un luminoso de fluorescentes de neón de colores llamativos anunciaba el nombre comercial.
Grandes colas en la acera para comprar las entradas en función de las localidades de preferencia, centro y escalones, tanto en el centro como en escalones por el manchón y la primera por ambas calles. Las colas se hacían de tres o cuatro personas en el ancho de la acera, y un solo policía municipal hacía guardar el orden y las composturas, porque siempre había quien se quería colar siendo delatado al oírse los voceríos de "¡eheheheheheh!" o "A la colaaaaaa picha".
Próximo a las puertas de entrada se encuentran los carrillos de chucherías, la mayoría fabricados con restos de viejos cochecitos de bebé y exposición acristalada, pintados en blanco y azul. Las mayores ventas eran de pipas de girasol, avellanas, chochito de vieja (altramuces), cotufas, regalí y barazú. Otros vendedores ambulantes, con cestos sobre la acera, pregonaban la algarroba, el pan de higo, arropías, sultanas de coco y huevo y barquillos de canela. También se vendían tabaco suelto que se fumaba a escondida en el interior si no te pillaba el acomodador o el municipal.
Recordamos los vendedores de carrillos en los cines a Montilla El Rubio de las avellanas, Solidario El Zoli y Antonio Martín El Caramelo. De la calle entraba todo tipo de comida en cestos y bolsas de redes conocidas como chivata, e incluso papelones de pescao frito de los freidores. Le llamaban la merienda. En el interior, las cantinas, además del vaso de agua gratis, vendían bebidas, pipas, cacahuetes y avellanas de los toros, patatas, etc.
En preferencia y zona centro existían sillas pintadas de azul y brazos en rojo, y en gradas, los escalones de hormigón. Se hizo habitual ver a los chiquillos chicos durmiendo sobre los escalones, cubiertos por la toquilla de las abuelas o cualquier rebeca para protegerse de la humedad.
La impresionante pantalla era la pared de un edificio que no se había terminado, y sus imágenes, por su tamaño, eran divisadas desde el puente de Zuazo, en aquella Isla de casas bajas.
La película comenzaba a la caída del sol que, desde la terraza alta, se apreciaba cómo se escondía por Cañoherrera y la playa de la Casería. El público impaciente, acercándose a la hora de comienzo, cantaba "¡Que salgan los convoyyyy!", "¡Que si no, me voyyyyy!".
En cuanto se apagaban las luces comenzaba el «"salto de la valla". Los de gradas se pasaban al centro y, los de aquí a preferencia burlando a los acomodadores. No siempre se logró en la primera ocasión.
De vez en cuando, ante un corte en la película o un fallo sonoro, el público gritaba para llamar la atención mirando hacia la cabina de proyección. En el libro editado por El Güichi de Carlos, titulado El Cinematógrafo en la Isla, narra una anécdota en la que, al proyectarse una película de convoy, en el instante en que un indio lanza una flecha hacia el muchachito bueno, se produce automáticamente el cambio de rollo de la película que ya estaba preparada en la segunda máquina de proyección, apareciendo en la pantalla una batalla de romanos. ¡La que se lió en el cine! Es evidente que los operadores habían confundido el rollo a colocar.
Con la película comenzada, los chiquillos corrían entre el público, cabreando al respetable por no dejar ver. Había metepatas que comentaban la película en alta voz, otros se metían con el público, fumaban o le daban por hacer el golfo. De no ser obedecido el acomodador, llamaba al municipal que, en ocasiones, indicaba al primero y último de la fila para abandonar el cine. Se iba a ver la película y a reírse con los ingenios de las gentes.
Al finalizar la película y encender la luz, la sintonía de Ganando Barlovento nos dirigíamos hacia la puerta como desfilando. El público solía tomar cuatro direcciones diferentes. Hacia San Ignacio, Calatrava, en busca de la estación, calle Ancha, los de los barrios hasta la plaza de toros y por Colón, quienes vivían en el parque, o calles adyacentes.
La ida a casa en grupos de amigos, vecinos o familiares provocaba ir comentando el desarrollo de la película y, como ocurría con la película de Bienvenido Mr. Marshall, cantando… ¡Americanoooo! / ¡Vienen a España gordos y sanos…!; La chica Yeyé; El carro de Manolo Escobar; Massiel con La, la, la…; y las conocidas de los Chichos, Azúcar Moreno, etc.
De esta manera, transcurrían las noches de verano de los años sesenta y setenta en el cine más grande de la época en Andalucía. Los protagonistas de aquellas noches fueron muchos hombres y mujeres a los que no hago mención de sus nombres, conocidos por todos, para no olvidar alguno, así como los chiquillos que, para ahorrarse las pesetas con sus reales que costaba la entrada ayudaban a quitar y colocar las sillas todas las noches, para efectuar la limpieza de cientos de kilos de cáscaras de pipas de girasol.
Carlos Rodríguez
El Güichi de Carlos ®
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