La tribuna de Viva Sevilla

¿Cuál es el fin de la crisis?

El planeta es hoy mucho más competitivo que hace solo diez años, otros países han cogido el protagonismo que teníamos, y ser europeo ya no es sinónimo de riqueza ni privilegio. Ahora, para mantener un buen nivel de vida hay que cambiar actitudes, remangarse los brazos y trabajar duro.

Cuando nos animan con un fin próximo de la crisis,anunciado por los brotes verdes, debemos preguntarnos qué entienden unos y otros por ese final. Porque, si nos ilusionamos pensando en que vamos a volver al nivel de vida y euforia colectiva de 2008, cometeremos un grave error. Para bien o para mal, nunca regresaremos a ese escenario.

Las generaciones que lo hemos disfrutado en Europa debemos ser conscientes de que jamás en la Historia ha existido una época semejante: con dinero tan abundante y fácil; ausencia de conflictos bélicos en nuestros países; un mundo tecnológico lleno de comodidades; el ocio como objetivo personal; y derechos humanos, económicos y vitales tan extendidos que hemos llegado a creer que el bienestar es un derecho adquirido por cuna que nadie nos puede quitar. Hemos tocado el Paraíso con la punta de los dedos.


¿Por qué se ha terminado? ¿Por qué nos hemos despertado de forma tan cruel de un sueño al que nos gustaría regresar solo con cerrar los ojos? Existe una razón: el resto del planeta, los miles de millones de personas que carecían de todo, han levantado la mano, han dicho aquí estoy yo, también aspiro a vivir bien y quiero dejar de ser un pobre ajeno al desarrollo.
Internet, las redes sociales, la televisión y la apertura de fronteras han traído la difusión del conocimiento. Ahora todo el mundo sabe producir, igual de bien o mejor, aquello que los europeos vendíamos muy caro; vive más austeramente; ahorra más; y ha decidido dirigir el destino de sus vidas.


El planeta es hoy mucho más competitivo que hace solo diez años, otros países han cogido el protagonismo que teníamos, y ser europeo ya no es sinónimo de riqueza ni privilegio. Ahora, para subsistir dignamente y mantener un buen nivel de vida, hay que cambiar actitudes, remangarse los brazos y trabajar duro. El bienestar ya no es un derecho adquirido sino un objetivo a lograr con esfuerzo en competencia con otros que buscan lo mismo.


Ese nuevo escenario ha aparecido en nuestras vidas y provocado diversas reacciones:
Muchos ciudadanos y empresas se han dado cuenta del cambio, puesto las pilas y lanzado a competir. Son los que están sembrando un mañana mejor que alumbra ya brotes verdes. Son los que han descubierto que el trabajo dignifica al hombre, da sentido a la vida, mientras que el ocio no es ningún objetivo sino solo un descanso. Son los que se disputan los mercados en todos los continentes, exportan, ahorran, prescinden de muchas cosas y han tomado conciencia de que viven una era distinta, que exige mucho pero también da grandes satisfacciones.


Otros no admiten la realidad y se indignan por lo que han perdido. En lugar de buscar un lugar en la nueva economía, protestan y exigen que les devuelvan lo perdido. Estaban tan convencidos de tenerlo por derecho que ahora se sienten robados y andan señalando culpables a diestra y siniestra. Para su desgracia, no encuentran a nadie, más que a ellos mismos, para sacarse sus castañas del fuego.


La mayor parte de los políticos también niegan la evidencia. Están tan acostumbrados a conseguir el voto a cambio de promesas de felicidad eterna, que ahora no saben cambiar el discurso. Continúan prometiendo la vuelta al bienestar, sin explicar cómo lo piensan hacer, porque en realidad tampoco lo saben.


Mientras tanto, continúan con un nivel de gasto insoportable, siguen endeudando al país sin ser conscientes de que traspasan a nuestros hijos la obligación de devolver lo prestado, recortan de donde menos les cuesta, se escandalizan de que otros recorten y culpan al rival de todos los males.


Lo peor se lo llevan los que se han dado cuenta del cambio de modelo pero no pueden hacer nada porque nadie les da la oportunidad de trabajar y luchar. La actividad económica languidece por falta de crédito, acaparado para sí por las administraciones públicas; una clase media asfixiada a impuestos; unos sindicatos que combaten la rentabilidad empresarial y la competitividad; y una deuda hipotecaria que habría que renegociar a la baja.


Europa necesita un líder que perciba la situación real y nos una a todos para conducirnos a la victoria.

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